¡BIENVENIDOS A EL RINCÓN DE KEREN!
¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!
Sentenció el profesor.
—Los únicos que aprobaron fueron los de siempre: Melisa
Fernández, David Sánchez y Rubén García. — acto seguido entregó los exámenes
hasta llegar a Adelfina. La miró de reojo resopló y delante de la clase vociferó:—
¡Te has quedado a las puertas! ¿Así es como lo hacéis en tu barrio? — dijo con
el entrecejo fruncido. Pero ella ya sabía a qué se refería cuando alguien decía
aquello.
Adelfina Boanana, era una chica de veinte años que cursaba
sus años en la Universidad en el Mas Rango de un pueblecito de Barcelona. Ella
sabía que no debía sucumbir a las provocaciones del profesor. “Calla y aprende”
“Asiente y esfuérzate” eran palabras de su madre en paz descanse le había
inculcado. Y ella, seguía los pasos que la familia le había hecho andar a
través de los años de estudio transcurridos. Era la esperanza de su padre, la
dicha de sus tías y la alegría de sus primas. Todos deseaban que sacara una
carrera y demostrara cuan cualificada estaba. —y ya de paso, hacerle tragar las
palabras a Don Herminio—.
Para llevar a cabo su cometido, debía estudiar
minuciosamente sus notas y prepare: si alguna asignatura la tenía por la mano,
se apuntaba a clases de refuerzo, aunque no lo necesitara por tal de no caer en
un suspenso, si había asignaturas que no las llevaba bien, dedicada el doble o
el triple de dedicación. Esto suponía, no salir con sus amigas de fiesta,
tampoco irse de compras, mucho menos pensar en tener novio; si hablamos de los
horarios de llegada y salida debía estar en casa antes de las ocho y madrugar
bien temprano para ayudar en horarios labores de casa. Dado que su madre no
estaba, era la única mujer en casa; siendo todos varones, no le quedaba mas
remedio que hacer todas las tareas de casa, tales como hacer lavadoras, lavar
cubertería, hacer camas o hacer la comida, la cena o preparar el almuerzo de
los hombres para cuando se fueran a trabajar. Asumiendo la difícil tarea de
vestir bien aseada, cuando muy de tanto en tanto su padre le prestaba dinero
para comprarse algo de ropa de segunda mano. Y del cabello, ni hablar de
peluquería, productos químicos o trenzas africanas, gracias a su madre y sus
tías había aprendido desde a temprana edad a cuidarse el cabello. Hecho que no
quitaba que quisiera llevarlo como el de sus compañeras africanas, bien cuidado
y verse hermosa con atuendos de última moda.
A veces, se miraba en el espejo, y veía las ciénagas que
tenía por ojeras. El cabello reseco por falta de productos con los que tratarlo
o la ropa modesta con la que acudía, a veces prestada de sus primas las cuales
iban a un colegio internado. No, no quería ropa cara, tampoco un peinado última
moda, lo que quería era ser una chica normal, con sus despreocupaciones. En
cambio, se reflejaba y no se reconocía. Poco tiempo le quedaba para llorar porque
el cansancio acarreado durante toda la semana no se lo permitía. El fin de semana,
era el único día que podía descansar, y porque iban a misa.
La nota que le recriminó Don Herminio era un siete. Sí, un
aprobado. Por otro lado, ella sabía que podía hacerlo mejor. De hecho, su padre
también se lo recriminó todavía más si cabe... Eso hacia que se autoexigiera
con más motivo a sabiendas que dedicaría todas las tardes de la semana al
estudio, repaso y refuerzo. Aunque se lo supiera de memoria, ella, insistía una
y otra vez. Tampoco ayudaba que en clase la hubieran catalogado cómo la
empollona en según qué clases ni que las chicas mas populares de la clase
hicieran burlas al respecto de cómo se vestía o cómo se expresaba. Ella lo
tenía claro: estudiar y sacarse una carrera con la que poder tener un buen
trabajo. Pero ya se sabe que en la juventud afectan más los sucesos. Por eso,
comenzó a esconderse en los servicios de la Universidad a la hora del almuerzo.
Su almuerzo consistía en un pan con mantequilla y azúcar.
Debido a que, pasaban una etapa dura.
Con el tiempo los hermanos se iban yendo de casa conforme
iban encontrando pareja. Para Adela suponía menos trabajo en casa, pero sí más
ingenio a la hora de cocinar. Pues, con un padre chapado a la antigua, unos
hermanos que seguían los pasos del padre, no le quedaba de otra que callar y llevar
cabo su cometido.
Hubo un año que iban tan apurados que Adela comenzó a buscar
trabajo. No solo para comprar comida, sino para poder pagar los estudios posteriores.
Uno podría pensar que, de este modo, se soltaría más la melena, pero eso solo
sirvió para estresarla aún más. Ocurría todo lo contrario, tenía que pagar
parte de los gastos básicos de la casa junto con su padre y sus hermanos debido
a que hubo una reunión en la que ella insistió en que ella sola no podía
hacerse cargo de todo con un trabajo precario.
—Sí papa, de este modo todos colaboraremos en los beneficios
de casa.— argumentó
Para su padre, habiendo sido un gran economista en su país,
eran palabras clave. Ahora que tenía que trabajar desatascando desagües la cosa
no era la misma.
El caso era que, pese a que había encontrado un trabajo de
media jornada que le permitía compaginar estudios con labores, habiendo enviado
una carta a dirección de su situación discretamente, últimamente estaba más
espesa. Se le olvidaban las cosas, pero siempre acababa desempeñando bien las
clases. Su nivel de cansancio era tal que un día en medio de clase, se
desplomó.
Dos días después ya en el hospital, el doctor le realiza
unos análisis y trata de recabar información.
—Creo que sé que es lo que te ocurre, pero quiero que me
describas cómo es tu día a día.
—Pues… no sé… me levanto a las cuatro de la madrugada hago
lavadoras y tiendo ropa. Mientras dejo preparada la comida de mis hermanos y mi
padre para el trabajo, cuando he barrido y fregado y doblado toda la montaña de
ropa, repaso el contenido de todas las materias. Preparo mi ropa y me acicalo
lo mejor que puedo para ir a la biblioteca de la 'Uni', después de un tiempo
considerable de estudio me voy corriendo a mis clases y cuando salgo de las
clases voy derecha a la parada de bus para ir al trabajo. Cuando salgo del
trabajo y llego a casa limpio los platos que han dejado mi familia para lavar,
vuelvo a preparar comida para el día siguiente y cuando he limpiado la cocina y
el comedor me pongo a estudiar. Luego me voy a la biblioteca porque el vecino
de arriba no para de hacer ruidos a esa hora y paso la gran mayoría del tiempo
repasando. Llego sobre las doce a casa, a veces, si no estoy muy cansada,
preparo mi ropa del día siguiente y mi táper para el trabajo…
—¡En efecto! Agotamiento…— hizo una pausa y prosiguió:— ¿Están
tus padres o familiares al tanto de su situación y día a día porque creo que si
necesitan algún tipo ayuda en casa. La trabajadora social podría ayudarles…
—¡No! No…
—¿Adelfina, tus padres te obligan a realizar tantos
esfuerzos? Quiero decir, una chica de tu edad, claro que puede estudiar y trabajar,
pero… dime una cosa, desde que llevas este ritmo frenético ¿Cuándo has parado
si quiera a tomar un café con tus amigas? ¿Cuándo has estado sin hacer nada?
—Doctor, es lo que tengo que hacer.
—Si sigues por este camino, tal vez no puedas contarlo. Y no se trata de lo que debes hacer sino de un equilibrio entre obligaciones y descanso. ¿Estáis en una situación delicada? — Adela quiso llorar, gritar, pero solo le salió una mueca… tenía la cabeza erguida y estaba tensa. Y tamborileaba los dedos sobre la mesa extensible que había dejado una agradable enfermera hacia unas horas con el desayuno.—¿Entiendes que la vida que haces es el de una mujer de treinta o cuarenta años en el peor de los casos? — fue oír aquellas palabras y un mar de lagrimas brotó de súbito precipitándose por sus mejillas cosa que antes de que pudiera entrever algo el doctor, se cubrió el rostro con las dos manos.
—Está bien Adela. Tómate esto como unas mini vacaciones.
Entiendo que esto es mas duro para ti que para mí. Yo solo doy diagnósticos.
Descansa y ya veremos qué podemos hacer…
Pero Adela era una chica negra que había hecho una promesa a
su madre y tenía que ser fuerte, no porque lo tuviera que ser, era su vida. No
conocía otra cosa. Y eso, hizo. Acabó los estudios y cuando hubo ahorrado lo
suficiente se marchó a vivir a Madrid y allí, sí que fue la niña adolescente
que nunca había podido ser, solo que, con un puesto en prácticas soñado con
previsiones a un proyecto jugoso, con la independencia de un sueldo y un piso
compartido que en cuanto cobrara su primer sueldo resolvería.
Un gusto leerte Keren. Abrazos
ResponderEliminarHola, 👋🏾 Nuria! Gracias por tu aportación. Me alegra que te haya gustado. Vamos hablando.
ResponderEliminarYa no solo son las personas las que nos ponen piedras en el camino. También lo hacen esas dinámicas que forman eso que llamamos sociedad. Dicho sea de paso, fallida en absoluto.
ResponderEliminarEs que todo suma, ya sea por modas o por desinformación o fakes news, luego están los que dividen por sus creencias sin antes haberse informado. ¿Es posible que seamos pocos los que defendamos sociedades más justas y de todos?
Eliminar