¡BIENVENIDOS!
Linda, estaba dentro del bus, sus
bostezos eran apreciables, pero no en vano. Por fin llevaba 2 años como
ciudadana española. Sabía que todos los turnos nocturnos y su convalidación
como enfermera, aunque en Camerún era maestra, habían dado fruto.
Ahora, y después de haber
conseguido la nacionalidad, se sentía presa de una alegría inconmensurable pero
esa tarde, en sus paradas habitúales en el bar de siempre para hacer otro
servicio domiciliario como enfermera y curas de rehabilitación, un hombre blanco
se fija en ella, se ha fijado que habla muy bien el castellano.
—Oye,
¿de dónde eres? Hablas demasiado bien el español…
Linda
no hizo caso y dijo simplemente que era española. El tipo insistió, pero claro,
era inevitable que le hicieran aquella pregunta, ¿cómo iba a ser que una mujer
que hablaba fluido el español aún siendo negra fuera de aquí? Y peor, saber
francés por parte materna. Llevaba más tiempo en España de lo que podían estar
otros. Por lo que, inventó una excusa y se marchó.
Dio
una vuelta por la avenida de camino al siguiente servicio de rehabilitación. Y cada
vez se sentía más fuera del país que dentro. Un mensaje entra y le alegra, es
su hermano Karim, pero otra vez es para lo mismo.
“Podrías
ehmmm enviar más dinero para la operación de papá. Ya sabes, las cosas por aquí
no van muy bien”
Odiaba
esa deuda familiar en la que entraba en un espiral en la que todos pensaban que
por vivir en Europa las cosas iban viento en popa, si a duras penas conseguía
pagar las clases de su hija de 12 años, Carla. Con tanto, que sentir y tanto
que acabar deseando, sólo se sentía realmente madre, porque ni de aquí ni de
allá.
Después
de 14 horas de trabajo, más las domiciliarias, repartidas a lo largo de la
semana, se iba a limpiar dos edificios cerca de casa. Realmente deseaba que su
hija no tuviera que pasar por lo mismo, era duro, la gente no valora esa
profesión. Tan digna como otra cualquiera. Pero esa misma noche, su hija le dijo.
—Mamá,
¿Me firmas el papel de la excursión? —y fue ella misma, fue el fruto de haber
luchado tanto como las garras lo hicieron.