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Relato : Silencio | Blog Literario "Cuento de horror"

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 ¡BIENVENIDOS A EL RINCÓN DE KEREN!

¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!

Lectores, este es un relato que es invención, aviso de contenido delicado para aquellos que navegan en este espacio hoy. Se me ocurrió en un momento en el que no podía concentrarme viendo a una mamá intentando contener a sus hijos a la salida del colegio, con toda la adrenalina que llevan los chavales y euforia en querer salir, apartarse de las horas lectivas. Si para unos padres es difícil, esto, imagínate para un espacio en el que no conoces de nada a esas personas. Te pongo en situación: llevas muchas horas de trabajo y necesitas silencio. Pero tu entorno no te lo proporciona, 
¿Qué haces?






“Mata el miedo que guarda el animal, y deshazte del cuerpo. Limpia el cuerpo pues dentro de él está. Si buscas libertad…”

Todos los días pasa lo mismo, esa frase irrumpe en mi mente y me digo “Voy a dejar atrás aquello que me hacía mal” se que los vientos fuertes están aquí.

Me dirigí a mi trabajo. Sí, a mi ordenador. En casa calentita y sin sobresaltos. Esa seguridad que me proporciona por unos momentos, ya sé que lo que está de moda es salir de tu casa y quejarte de las horas que pasas en el transporte para llegar el fin de semana decir “Por fin soy libre”. Al contrario de salir a trabajar, no tengo horarios ni vacaciones, en cambio, puedo amoldar mi trabajo frenético al 'modus operandi' que yo quiera.

Tres meses sin parar requiere de descanso mental. Así que, había cobrado y anduve por unas horas para leer, debido a que parecía que el barrio se había confabulado para orquestar ruidos varios que estaban justo al lado de mi casa, al girar la esquina. Al otro lado del pueblo… ¡Ruido a mansalva! El ruido me taladraba la cabeza. Iba a acabar con mi paciencia.

Irse a otro pueblo siempre es una buena opción sobre todo cuando sabes que vas a encontrar la calma que tantas ansias. Me encontraba inquieta, con una nueva bolsa para transportar mis libros de fantasía que estaba planeando acabar en alguna cafetería o en medio del campo. Cualquier ruido que se acontecía era un sopor. Me irritaba y me había costado mucho decidirme a comprarme la bolsa que nada más y nada menos que con las malditas tasas de la comunidad me había quitado de la cuenta una buena cantidad. Sí, ahí salía mi vena catalana, y otras, mi tarjeta echaba fuego así que me dije “Ainhoa, la vida pasa muy deprisa y la vida no es solo trabajar” cuando llego a la cafetería reina el  silencio, pero por si acaso saco el móvil y los auriculares para ahuyentar cualquier ruido que interrumpa el final épico de mi lectura.

Un hombre de mi edad se sentó justo al lado, mi corazón se aceleró, me inquietó, sentí miedo al mismo tiempo que molestia y algo en mí me decía que no iba a poder estar tranquila. Al rato, no contaba con que era horario laboral por lo que de los jóvenes estarían al caer, augurando niños multiplicándose por todas partes. Solo a mi se me ocurrió ir a una cafetería tan cerca de una zona escolar. El caso, es que no lo sabía. El hombre de al lado comenzó a hablar por teléfono extrañándome que tan alta que tenía la música puesta en los cascos, pudiese oír su voz grave. Pensé en echarle una mirada asesina. Justo en olas meses contiguas, más allá, habían dos chicas poniéndose al día de sus cosas. ¿Cómo era posible que pudiera escuchar esos pequeños ruiditos que hacían con la entonación? Me puse nerviosa. Ya me había pedido mi cortado y mi croissant, así que me lo bebí de un trago y engullí cómo morsa los pasteles: me fui con mi bumerán a otra parte.

Tenía ganas de chillar, de decirles que eran unos maleducados por hacer aquellos ruiditos tan insoportables. Y entonces, se me ocurrió…

«Mátalos… son insoportables. La gente te dará la razón »

«Cogí una navaja multiusos que llevaba para cuando iba al campo, cortar queso, y volví a la cafetería convencida de mi cometido. Primero le cercené el cuello y le hice un corte en la garganta hasta que un gran charco de sangre quedó mezclado con su café camuflado. Y luego al ver la cara de pavor de las chicas, lancé el cuchillo más largo y lo hundí en el entrecejo de aquella chica. Luego, de un golpe de karate, sorprendida por mi habilidad, mientras intentaba derribarme la amiga, le propine un puñetazo en el estomago de tal forma que cayó al suelo. La gente corría despavorida y cogía sus móviles.» Y sonó “biiip-biiip”

Ya iba de camino a casa cuando aquel sonido me sacó de mi ensoñación macabra. Era algo que solía ocurrirme siempre. Vivía en un embeleso, por las lecturas que me habían vuelto muy fantasiosa. A puesto a que, como todo, si mis nervios me hubieran jugado una mala pasada lo más probable es que me hubiera puesto a llorar como una descosida, incapaz de controlar el llanto. En cambio, tengo ansiedad, un enfado de mil demonios y volviendo a mi cueva imaginando barbaridades que como mucho, servirían para amedrentar a un psicólogo o psiquiatra. Entre tanto, caminando por el bosque para llegar a casa, comprendí que la gente sale a la calle para relacionarse, en cambio yo, salgo para estar sola. Me dije, "Ainhoa, baja de las nubes y concéntrate"

Tanto mirar para adentro, me olvidé de mis afueras, comprendí que solo podía aguantar y tomármelo con humor. Porque si buscaba mi calma, habría otros modos a parte de tomar café y leer en una cafetería. ¿No? o... ¿De qué pensabais que hablaba?

Un cartel rezaba al girar la esquina en un establecimiento “Clases de Kickboxing a precio de risa, tanto que golpearás la rabia y la sacarás fuera de tu vida a puñetazos. Es mejor eso, que golpear a tu jefe.”.  Sonreí y anoté el número de teléfono. 

FIN.

🙏



Me alegra que te hayas pasado por aquí otro día más.

 Gracias por estar ahí, Gracias por el apoyo y por elegirme. 

 ©El Rincón de Keren

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