¡Qué frío hace!

¡HOLA mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!


Las calles enmudecen por la ausencia de gente, solo se oye el ronroneo de algunos coches circulando por la ciudad. Ya son las diez pero parece que a la gente le cuesta animarse a echarse a la calle. Si bien estábamos en manga corta en noviembre, hoy nos obliga a caminar con nuestra armadura. Abrigos peludos, impermeables, plumones y el irremediable impermeable del barrendero que hace su ruta encogido, soportando el temporal.

                              

El cielo no quiere sonreír y las nubes se apretujan formando espectáculos que hacen mover mis emociones a elevados niveles de euforia, << ¡estoy viva! >> pienso sin dejar de mirar el cielo.


Las calles tienen una esencia distinta a la que no rocía el sol cuando está en pie e ilumina todo, pero estas nubes me hacen seguir disfrutando del paseo de una forma distinta. Fijar la mirada en lo que otras veces pasaría desapercibido.

Las palmeras están un poco tristes, pareciera que añoren el baño de sol. Los paseos están vacíos pidiendo a gritos el ajetreo del zapato contra el suelo emitiendo el sonido característico de cada persona.

Los parques aúllan en busca de la chiquillada y por el contrario hay senderos en forma de pasadizos que me llevan a imaginar a las parejas enamoradas cogidas de la mano, revelando secretos al oído, sonriendo tímidamente y con miradas de complicidad.

                               




Hoy, las calles se llenan con lentitud, y tímidamente, echando mano de bufandas, guantes y calzado cómodo. Se oye un estornudo. Casi hace eco, aun no hay suficientes almas pero entonces, cruzo la calle y una ventolera enfría manos y cara obligándome a encogerme de hombros y meter las manos en los bolsillos de mi abrigo azul. Con el, el gesto y los tan escuchados: “¡Qué frío hace!”