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Había llegado el momento que toda la família había detestado, o por lo menos, no la hija de Don Graham, Helena. Él y ella, tenían una relación entrañable en la que padre e hija se compenetraban tan bien que, a veces la gente se sorprendía, e incluso a los demás hermanos y hermanas les hacía sentir algo de envidia. Esto causó algo de resquemor hacia los demás hermanos, con los deseos del padre y las decisiones para con la descendía del progenitor. Don , en unos meses , debería tomar una decisión muy importante y decisiva para la familia.
Don yacía en cama y debía decidir a quién dejar su herencia, su casa y la joya ámbar de su mujer ya fallecida. Todos sabían a quién iba a ir a parar, a Helena. Sin duda, esa era la sensación que tenían los demás hijos.
Don había conseguido con mucho esfuerzo sacar a flote la empresa de ganadería en la que su padre había sacrificado años de su vida y tiempo familiar. Años después de logros, un casamiento y cuatro hijos, la família se mudó a un rancho a las afueras de Texas. La família estaba en posesión de una granja en la que criaban: gallinas, conejos, caballos, vacas, cerdos y ovejas. Aunque, a lo hijos, parecía no importarles demasiado.
Cuando aun podía moverse, le encantaba montar a caballo con la niña de sus ojos, Helena. Por supuesto, con su otra hija, Carlotta, también. Los amaneceres eran una delicia, pero las puestas de sol eran dignas de fotografiar. Con el tiempo, Don y Helena, habían aprendido que era más valioso lo que unos ojos pueden observar, lo que una nariz puede oler, o lo que unas manos pueden sentir y Don se había dado cuenta de que Helena, entendía perfectamente su filosofía. Quizás por ello, congeniaban tan bien. El resto de los chicos, Lettan, pero sobretodo Tommy, habían desarrollado una manía atroz por conseguir las cosas materiales que siempre salían a borbotones de sus labios. Mientras fueron pequeños, Don reconoce que los malcriaba con el fin de hacerles feliz, pero una vez adultos sus ansias por destripar su cuenta bancaria, se había vuelto implacables.
Don recordaba las palabras que le decía su difunta esposa: << Con la ferocidad, no se llega a ninguna parte, ármate de paciencia corazón>> aquellas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez. No lograba concluir por que los hermanos mayores, a los que amaba no solo por ser sus hijos sino por el regalo que su mujer le hizo dándolos a luz, podían ser, a veces, tan desalmados. Se repetía para sí mismo muchas veces: << amor mío, dame esa paciencia tuya que tanto se me pegaba de antaño, por favor...>> aquello lo tranquilizaba unos días, pero con los años se había negado a dar cualquier tipo de capricho a los hijos, exceptuando a Helena, que jamás le había dado ninguna queja de la que pudiera acordarse.
Desde que el padre enfermó, Helena, y muy a desgarbo Carlotta, se ocupaban de los recados de éste. Con el tiempo, contrataron a una ama de llaves para que se encargargara de los cuidado de la casa. Por otro lado, los hijos le hicieron creer que necesitaban un mayordomo. Don, lucho durante meses con la negativa pero finalmente, cedió. Ellos tenían lo que querían.
Un día, Helena y Carlotta se disponían a llevar a cabo sus quehaceres, mientras los chicos andaban en sus cosas por la parcela.
Si en una cosa no dudó el padre es en que los hijos debían aprender a hacerse sus propias cosas y ayudar en casa. Durante un tiempo fue así pero la holgazanería y las malas maneras habían calado en ellos, en todos, menos en Helena.
En el porche, Tommy y Lettan mantienen una conversación algo acalorada:
- Cada vez hace más calor, y no sé cuánto más aguantará papá en esa situación, postrado en la cama y sin ninguna conexión con el exterior, a veces pienso que le queda menos que lo que el que médico pronosticó. – dice con desazón Lettan
- No me importa. Lo que me importa es Helena. Helena y su bondad, sus sentimientos y ese jueguecito que se traen ella y papá- dice con resentimiento Tommy
- ¿No vas a dejarlo estar verdad?
- No, hasta que todo esto sea mío. Bueno… ¡nuestro!-suscita y añade- … pero no de Helena.
- ¿Cuándo comprenderás que es tu hermana al igual que la mía? Reconozco que siento algo de envidia por las atenciones que le ha prestado y puede que algo de desazón al ver la relación tan estrecha que han mantenido a lo largo de los años… pero, ¿no crees que eso cuando éramos niños podía pasar? Ya hemos crecido, ¡déjalo ya! – confiesa Tommy
- Al igual que tú siento envidia pero también, me siento invisible y ninguneado. ¿A caso no somos Carlotta, tú y yo, sus hijos?
- ¡Por supuesto que sí! Pero comportándote como te comportas, lo único que vas a conseguir es que papá se lleve un mal recuerdo a su tumba en sus últimos suspiros.- dice con énfasis.- ¿acaso quieres eso para papa? O ¿para ti? ¿Podrías vivir con ello el resto de tu vida?
Tommy se queda pensativo durante unos segundos mirando al horizonte, su mirada es reflexiva, pero también denota vacío, tristeza… y Lettan sabe que si su padre no consigue llegar a un acuerdo pronto con el notario que les beneficiara a los cuatro, Tommy, probablemente o se sumaría en la depresión o haría algo de lo que se arrepentiría toda su vida.
Aunque Lettan era tímido y reservado. Sus palabras siempre eran acertadas. Por algo era el hermano mayor. Con más experiencia, un poco más sabio que los otros tres. Tommy era pura pasión, bravo, sus emociones le dominaban. Era testarudo pero al quedarse callado aquella mañana en el porche, Lettan por un momento esperaba haber calado hondo en él y que no hiciera más de las suyas. Aquello quería decir: no hacerle jugarretas a Helena, no maldecir a las espaldas, no dejarse dominan tanto por el calor del momento, ni de las situaciones. Lettan quería a su hermano, pero comprendía que Tommy sentía rencor y en algo, por pequeño que fuera, se parecían.
Los siguientes días, Tommy actuaba de forma extraña: andaba de aquí para allá, con libros, multitud de hojas, portapapeles, pasaba más tiempo en la biblioteca de la casa, iba y volvía a deshoras y se le notaba algo más cansado de lo normal. Helena acordó con Lettan que debían hablar entre ellos dos y así lo hizo el hermano mayor de la familia pero, desde aquella conversación que mantuvieron Helena y Lettan , no volvieron a cruzar palabra.
Entonces, pasados unos días, a Helena comenzó a olvidársele las cosas. Si dejaba los medicamentos de su padre en la cocina, desaparecían. Si después de ojear un libro lo dejaba encima de la mesa, aparecía en el otro lado de la casa. Olvidaba las medicinas de su padre, estaba más torpe, pero si todo aquello era obra de un descuido ¿Qué le estaba pasando a su mente? , ¿Tal vez alguien merodeaba por la parcela? O ¿es que habían fantasmas? Fuera como fuere, aquello había comenzado a pasarle factura a Helena. Tanto que ya ni tan siquiera podía ocuparse de algunas las tareas que realizaba habitualmente. ¿Qué le pasaba a Helena? ¿Se estaba volviendo loca?
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¿CONTINUARÁ?
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I see a good story in progress here! Please, let us see the next part, Keren. Sending kisses!
ResponderEliminarHi Paula!
ResponderEliminarThank you so much for the comment. I will publish soon. See you in some minutes.
Hi Paula!
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