Relato: Una dicha

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Rambla Federico García Lorca
Almería Capital 

Abría los ojos, cogía aire y los volvía a cerrar. Entonces, miraba a su alrededor absorbiendo el lugar, el relente de la mañana y las escasas personas que se veían al pasar por el lugar. Anduvo casi toda la mañana, hasta llegar a su lugar favorito. allí podía observar a los deportistas haciendo su habitual recorrido para la ciudad en vistas de conseguir una marca mejor o tal vez, mantener a ralla esos kilos.  Fuere como fuere, cada mañana encontraba a la gente sumergida en sus cascos y haciendo lo habitual. 

No le sobrecogía que todos llevaran diferentes aparatos para medir los pasos, el recorrido en el que se iniciaban a correr y no parar. Para variar, ella llevaba su propia música en el bolsillo. Como si aquello fuera un ritual colocó los cascos y siguió andando después de haber acabado por deducir, supuestamente, las vidas de la gente. El lugar al que quería llegar, mostraba otra faceta que ella conocía bien, pero que siempre se la inyectaba con tal de huir del caos interno. 

El aire fresco le ayudó a coger una bocanada de aire que inflaría de nuevo sus pulmones, dejándola en un estado de calma en el que el batir del corazón, le recordaría lo bueno de una mañana caminando a paso ligero. El sol recorría la ciudad como el que hace su trayectoria cada mañana para llegar a ese lugar y mostrar lo mejor de sí. En cierto modo, era cómo decir , o más bien, declarar, que estaba aquí para ser vista. Sin palabras, sin banalidades, Solo una imagen y una iluminación, que daría su particular saludo, con el paso de las horas, hasta desaparecer misteriosamente dando lo mejor de sí, con sus destellos. En cierto modo, era cómo ver a esa gente corriendo, caminando y hasta haciendo sus estiramientos sobre aquella jungla de asfalto. 


Subió las escaleras del parque lo más rápido posible. Localizó un banco y jadeó, al mismo tiempo que intentaba recobrar el aire. Una vez llegado al lugar y normalizar la respiración, se acercó al borde de aquella cima y observó la ciudad a sus pies. Un trocito de lo que ella llamaba, su paraíso. Llevó su mano al corazón mientras observaba el paisaje a sus pies con los ojos vidriosos y la mirada puesta en todo lo que le rodeaba. Intentaba percibir las vibraciones de aquel día. 

En su estomago sentía un cosquilleo, las piernas parecían de mantequilla y aunque el calor ya comenzaba a dar sus azotes, y el sudor a dar mella, el sentimiento era más profundo que cualquier otro día. Era ese lugar privilegiado dónde dejar volar la mente, dónde el silencio se entre corta con el ajetreo, y juntos ... Formaban la dicha de un día, bien recibido.

¡Qué bonita eres vida!



Puente de los tristes
Almería Capital 




©️El Rincón de Keren

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