Relato: La imagen

¡Hola mis seguidores , lectores habituales y  lectores nuevos!


Les comento, que este es el relato que tanto me ha costado llegar a decidirme publicar
no solo por que en el portátil marcaba en el 'AbiWord' cinco páginas y
unas 2.000 palabras. 
Lo cierto era que le había dedicado muchas horas, 
aun con todo, 
sé que es mejorable. 

Pero le he puesto mimo.

Ya sabéis que me gusta mucho el misterio,
Pues ahí va una de misterio. 

(nada es lo que parece) 


RELATO:



-Y yo creía que el misterio de quién se había comido las galletas ,  iba a ser el gran acontecimiento además de una ardua tarea, en averigüar quien diantres se había llevado mis pertenencias pero no, aquello, iba más allá. 

-Un momento, ¿has pedido cita porque alguien se ha comido tus galletas Lidia?- Dijo con una voz gutural que descubría su constipado. Me hubiera gustado que acto seguido le hubiera obligado a decir aquello de «Mi mama, me mima» en un esfuerzo el suyo por dominar la «m» con tal de no atragantarse mientras respira para poder coger aire, por esos malditos constipados, que tanto nos hacen la murga. Pero dije lo siguiente: 

- No, mi relato comienza con ese fatídico día, pero está claro que nada tendrá que ver. - Ella hizo un gesto con los labios y apuntó algo en la libreta, que yo no supe adivinar. Pues seguro que sería un garabato, en mi imaginación, de mi cara con algún grotesco comentario. Fijo. 

Cuando vi el piso desvalijado, mire y rebusqué hasta en la cocina y en el baño. Vi que hasta me habían robado papel higiénico. ¿Quién se lleva papel higiénico? Bueno, el caso es que cogí el teléfono y llamé lo antes posible a la policía. Estos, alegaron que tenían mucho trabajo en la oficina, que , además, había habido un altercado hacía una hora y habían tenido que mandar bastantes refuerzos por lo que , dada la hora y la imposible presencia policial en comisaria tenía que esperar al día siguiente. 

En vista que tenía que pasar la noche con el miedo instaurado en mi salón, y en vista de que no podía recolocar nada de todo el desorden que había en el piso abrí una botella de vino y me senté encima de la pila de libros, que había desperdigado en el suelo de cualquier manera. No recuerdo muy bien porqué precisamente ahí, pero el sofá estaba rajado y con toda la espuma asomando, así que creo que la respuesta más acertada, puede que fuera porque no tenía donde sentarme a parte de en el suelo. 

Algo que no se habían llevado había sido el televisor. La encendí con la esperanza de saber sobre ese gran altercado del que hablaba la mujer policía. Pero extrañamente nada aparecía. Solo el tiempo parecía sustancioso, mucho frío y unas heladas que podrían bajar hasta los dos grados si el aire siberiano volvía a recorrer nuestro país. Pero con seguridad, notaríamos el cambio climatológico. Y con esto, apagué la televisión y mientras me dirigía al baño, sonó el teléfono fijo y recordé que no le había contado a nadie mi gran suceso. 

Salí corriendo en busca del aparato. Este cortó de súbito al no llegar a tiempo. Así que le di a rellamada y esperé al sonido particular que indicaba que se ponía en marcha para conectar. No hicieron falta más de tres pitidos largos. La otra persona al otro lado, no preguntó ni tan siquiera quien era. Comenzó a hablar :

-¿Dónde te has metido? ¡Llevo toda la tarde llamándote!- la voz angustiada hablaba y supe que era una mujer pero no reconocía la voz. Sonaba muy lejana.

-Perdón , no te oigo bien. Acércate el auricular porque no consigo...
-¿A caso te han hecho algo? ¿Me oyes bien ahora ? ¿hola? ¿oye?- Aunque la oía mejor en ese momento, no podía dejar de preguntarme porque siempre que no se escucha bien una conversación saludamos y decimos un «Oye» cómo si una magia milagrosa reconfigurára las vías telefónicas.

-Sí, ahora sí. Ah! eres tú hermanita...

-¿Cómo que hermanita? nos tenías preocupados. Ha salido en las noticias que tu casa ha sufrido un desvalijamiento. Voy en coche. En diez minutos pico a tu portero. - Cuelga y yo siento, no sé porqué una sensación de vergüenza. 

Abro la nevera y las galletas no están. Abro el armario primero, miro los que están abiertos y me doy cuenta que voy a tener que volver hacer la compra. «Quien quiera que hayas sido, te has lucido, colega» dije, como si aquello me devolviera al orden y la recuperación de todas mis pertenencias, pero recavé entonces que yo, no había visto ninguna noticia en el televisor sobre mi piso y los agentes decían no poder venir: Había algo que no cuadraba. 

Puse la radio. Nada del otro mundo, música relajada. Esperé a mi hermana mayor desolada pero al mismo tiempo, sorprendiéndome porque todo aquello no me estaba superando más de lo normal: Estaba demasiado tranquila. 

Suena el timbre. Entra mi hermana de un revuelo, me abraza como cuando eramos niñas: tan fuerte que puedo sentir mis huesos. Pero acto seguido, inicia una rápida inspección del habitáculo y luego me mira y tras demasiadas preguntas, haberle asegurado que no estaba en lugar de los hechos cuando todo sucedió y muchos abrazos más, comenzó a echarme la bronca sobre la cerradura. En ese momento, de tantas veces que lo había oído de su boca, desconecté. Pasee, asintiendo por toda la estancia hasta que, apague la radio y puse de nuevo la televisión. A ver si, por casualidad, se callaba. 

Pasaron las horas en las que, tiradas en el suelo junto con todo desperdigado por el suelo, nos quedamos dormidas en una noche de conversaciones, que del todo me recordó a cuando eramos niñas y no queríamos dormir pero el sueño nos vencía en ,nuestras ya míticas conversaciones nocturnas, que había olvidado. Y por olvidar, olvidé comentarle a mi hermana cómo era que sabía lo sucedido. Era algo que me intrigaba. Y mucho. 



Me levanté temprano para, con lo que tenía a mano, comprar algo de comida. La noche anterior acabamos las dos algo tocadas de alcohol y tenía un hambre voraz. Me duché con el mismo esmero que tenía nuestra madre cuando no quería hacer ningún ruido. Aquella técnica de no arrastrar los pies, caminar de puntillas, y cerrar la puerta con suma delicadeza, la aprendí de ella. 

Mientras compraba notaba algo extraño. La gente me miraba. Todos cuchicheaban al verme atravesar los pasillos. Como si me conocieran. «no podía ser» me decía una y otra vez hasta que asumí que la ropa que llevaba, no era la mas adecuada, porque al parecer, llevar unos pantalones de chándal y una camiseta debajo con una sudadera, y el abrigo, me daba una sensación un tanto desaliñada. Al mirar en la sección de ropa pude mirarme más detenidamente en el espejo y sí. Daba miedo. 

Pensé en llamar a mi hermana para que no se asustara pero ella me llamó a mi antes de que pudiera teclear, diciéndome que trajera croissants, que los policias hacia media hora que se habían ido. Pero seguía desconcertándome cómo sabía mi hermana, donde estaba. «¿Como lo hacía?» Si tenía un sexto sentido, debía tenerlo muy bien afinado porque me dejó boquiabierta. 

Desayunamos aquella mañana y todas las siguientes. Marina, mi hermana mayor, estuvo toda una semana conmigo hasta que el trabajo le reclamó y tuvo que irse. Yo tenía que volver a la normalidad y así lo hice. 

Cogí la cámara de fotos, y fotografié la casa. Aquel acto quizá no fuera nada, pero sería clave en los próximos meses. 



Había pasado ya un mes. La policía tenía unos posibles culpables, pero cómo no los habían interrogado, me dijeron que se las arreglaron bastante bien con las huellas dactilares porque por lo visto, el ladrón no había tenido ningún esmero en ocultar su rastro. Tenían que cortejar las huellas y aquello podría demorarse algunas semanas más. 

Mi vida transcurría fotografiando la casa y todos lo lugares cercanos a mi barrio. De eso vivía , de la fotografía pero lo cierto es que por fotografiar mi casa, no me iban a dar ningún céntimo así que abandone la idea de seguir fotografiando las estancias y dedicí llamar a mi hermana. La había estado evitanto porque se ponía muy pesada, pero la familia, es así, ¿no?

Caminaba por una avenida llena de tiendas y cafeterías. Decidí entrar en un sturbucks para tomarme un café y hacer tiempo antes de ir a casa de mi hermana y su marido. Sentada, ojeando una revista, que me había comprado expresamente para la ocasión, inhhalaba el humo del cigarillo en la terraza espaciosa , vacía y helada, porque hacía un frío del demonio, pero ya sabes, así somos los fumadores habituales. Noté que alguien me miraba y en efecto, al otro
 lado de la terraza, alguien aparentemente con las mismas ansias de fumar que yo, ojeaba el móvil y daba largos tragos a un café que estaba segura, acabaría en un santi amén. 

Era un hombre de unos treinta años, pelo castaño, labios finos, ojos grandes, manos varoniles, demasiado delgado, pero que a mi parecer, un buen croissant de chocolate no le quedaria nada mal. Ya sabes, me gusta esa gente que no tiene remilgos en comer bien. De buen comer, porque tenía un tarro con lo que parecía ser fruta del Sturbucks. O eso,  o me fallaba la vista. 
Entre articulo y articulo nos mirábamos. Nos sonreíamos y yo, que estaba soltera, pues hacía lo propio: Mirar descaradamente. Me daba igual. Me gustaba. Se acercó. Era más mono de lo que lo había visto de lejos y entablamos una conversación de los más  divertida sobre los fumadores. Y a todo esto, me pidió mi numero de teléfono y quedamos la noche siguiente para cenar. Más adelante para desayunar. Hasta que nos veíamos casi todos los días. La verdad era que habíamos congeniado muy bien. Y aquello se prolongó durante unos años en los que no se supo, ni yo sabría decirlo, nada acerca del porqué se había osado profanar mi casa. Pero me sentía viva y había que pasar a la acción. La justicia, es lenta.

Una noche de esas tontas, decidí que ya tocaba pasar al siguiente nivel. Así que le invité a mi casa a cenar y como había sido más que paciente, pensaba acostarme con él. Fuera como fuera. Quería saber si congeniábamos también , en la cama. 

Las semanas pasaron después de todo aquello. Y tiempo después, él se quedó sin piso por que su compañero había subido la cuota del alquiler y ahora se veía obligado a escoger otro hogar. Encantada, le dije que podía quedarse en mi casa. 

El siguiente mes todo se convirtió en un espiral de coincidencias que yo pensaba que eran cosa del amor pero una noche, cenando los cuatro, mi hermana , su marido , yo y mi pareja. Todos sabían qué había ocurrido con lo de mi piso y yo, quedé una vez más, boquiabierta. 

Francis , así se llamaba mi pareja, sabía lo que iba a hacer en cada momento. Por lo que comencé a pensar que después de dos años juntos, sería que nos conocíamos lo suficientemente cómo para no tomar, por el momento ninguna decisión. 

Cuando me despertaba el domingo para ir a la oficina, el lo sabía. Cuando iba a casa de mi hermana sin decírselo, él los sabía. Cuando volvía y le contaba lo que habíamos hablado mi hermana y yo, él , también lo sabía. Si me levantaba a hacer pís me decía «No te olvides de apagar la luz del baño cuando salgas, cariño» eran cosas normales pero pronto comenzó a saber demasiado. Cómo qué calle escogía para ir al trabajo, los nombres de mis clientes y sus vidas sin haberlo comentado previamente. Y comencé a pensar si yo, no sería de aquellas personas tan predecibles. Se lo comenté a mi hermana, pero se puso muy nerviosa. Su marido y ella intercambiaron unas miradas cómplices y cambiaron de tema. Tuve que ser rotunda y preguntarles qué ocurría pero no conseguí arrancarle nada a mi hermana. En la puerta de la casa de mi hermana, Juanpe , el marido, me cogió del brazo y me dijo: Mira las fotografías, ahí están las respuestas. Y Cerró en mis narices la puerta. 

No entendía nada. ¿Qué fotografías? ¿Qué estaba ocurriendo?

Como aquellos meses estaba muy sumida en el trabajo. Cogí todas las fotografías que tenía en casa, álbumes incluidos, trabajos antiguos y me fui a una casa que tenía en un lago que siempre fue el lugar de vacaciones de la familia, sin decirle nada a Francis, a mi querida hermana o a su marido. Sola. 

Conducí cuatro horas para llegar allí, descargar, ordenar todo en el interior y  echarme una merecida siesta. Apagué el móvil a fin de  desconectar totalmente. 
Cuando desperté, tenía una montaña de álbumes de  fotografías encima de la mesa del comedor y un bloc de notas encima del sofá, junto con un lápiz. Me preparé un café y comencé la búsqueda. Mire todas y cada una de las fotografías de todas las sesiones, pero no veía nada anormal. Así fui a la habitación contigua y extraí una lupa aumentada. Las iba deslizando por todas las fotografías y...: 

-¡Un momento! ¿Qué es eso?

En cada esquina de cada fotografía se veía algo negro que no podía distinguir pero escogí una lupa de mayor graduación y ahí lo ví. ¡No podía ser!

En las esquinas de todos lo lugares en los que había realizado fotos habían cámaras de vídeo que yo en ningún momento había colocado. En un cumpleaños, en una boda , en la oficina... en... «¿Sería posible que estuvieran también en mi piso?»  En efecto, ahí estaban esta vez , claras como el agua. Pero ... « ¿cómo o quién las había colocado allí?»  « ¿y con qué fin?» 

Le envié un mensaje a Juanpe, adviertiéndole que no le dijera nada a mi hermana de  todo esto. Estaba agobiadísima, asustada y por primera vez, sentí miedo. Miedo real. 

La respuesta más sorprendente de lo que parecía y algo increíble e imposible a mi entender: 

Desde hacía ya basstante, aproximadamente desde que tenías unos 8 años, sufrías pérdidas de memoria. Y tu madre y tu hermana, colocaban cámaras , micrófonos para averiguar si por casualidad, había un patrón a tus repentinas lagunas, ya que no querían internarte en un psiquiátrico o algo por el estilo. Con el tiempo y con el fallecimiento de vuestros padres, tu hermana fue quien llevó a cabo la labor de colocar cámaras y micrófonos en todo tu entorno laboral y social. De hecho, Francis, no es una casualidad. Ella vió en un vídeo como él te miraba en un cumpleaños, tu no lo recordarás pero ya os habíais visto antes. Por eso, congeniabais ... tan bien. En una de tus crisis, desesperada ella, te llevó a un medico especialista y dijo que con el tiempo... 

Con el tiempo no recordarías quien eres. 

-Por eso las fotografías eran clave en este relato de hoy ¿verdad? pero ... ¿Cuánto hace de lo ocurrido?

-En realidad, más de lo que hubieron imaginado todos a mi alrededor. Ni más ni menos que diez años. 

-Pero no entiendo, ¿cómo es posible que lo recuerdes todo al dedillo?
-Al final, después de muchos reproches y muchas quejas. todos los días visionaba yo misma las cintas y los audios y hacía una lectura reiterada de todo lo que sucedía a a mi alrededor aquello me superó . Demasiado. Hacia ejercicios de memoria. Hacía deporte y durante mucho tiempo logré vencer al retroceso de la memoria, pero... Toda en enfermedad es degenerativa y cómo suelen decir algunos, cuando vas por una cosa al médico, te encuentran otra...


-¡¡Dios mío !! ¡¡¡está convulsionando !!! Rebeca, llama a una ambulancia!

-Piiip!! hora de la  muerte... las 18:45 h


©️El Rincón de Keren 



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