Relato: El Demonio

¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!


Llevaba inactiva algún tiempo como ya dije en algunas publicaciones
y es que, 
a veces, necesitas alejarte un poco de  todo. 

Leyendo las diferentes relaciones que hay  descubrí esta. 
Y la lectura que estoy leyendo, 
me ha ayudado a escribirlo esto. 

Espero de todo corazón, 
que les ayude a quienes lean. 
Sirva de ejemplo para las futuras mamás 
y con un poco de suerte... 
Me ayude a poner en constancia una de las relaciones más duras
que la vida y dar vida, puede ofrecer:

LA INCERTIDUMBRE DE NO SABER SI LO ESTÁS HACIENDO BIEN. 

¡Espero que os guste!



A  veces, y solo a veces, miraba la fotografía y la veía tan pequeñita, tan redondita... desde la punta del cabello hasta el final de sus piececitos que le parecía imposible que hubiera crecido tanto y tan deprisa. Pero a la pila de cigarrillos y el vino, solo avenían los recuerdos de un pasado que ya no volvería. 

La recordaba a esa edad tan difícil, con el cuerpo delgado, digno de una diosa y tan cariñosa que no podía soportar ese recelo con la adultez. «¿Porqué has crecido tanto?» Se decía una y otra vez mientras la miraba desde la puerta de su habitación, dormitando en un sueño R.E.M imposible de quebrantar. Se decía que quería hacerla saber que la quería pero aquello solo la hacia tremolar, quizá por el miedo, otras por la evidencia ñoña que la mostraría un tanto débil o tal vez porque creía que ella, ya lo sabía. 

Todo había cambiado aquella noche. Era una noche de lobos y pensamientos tormentosos que acusaban hasta el más feliz recuerdo y es que Marta le echaba en cara el dolor que ella sentía. Sí, de lo que sentía cuando registraba su diario, cuando ella se quedaba con las conversaciones que mantenía por teléfono, o la controlaba a donde iba o de donde venía. Marta no entendía muy bien porqué pero procuraba estar a la altura de lo que las expectativas que su madre quería tener pero se sentía observada, vigilada, en ocasiones cuando le hacía sentir cómo se sentía, por aquello de que nadie la hablaba en el Instituto, ella le decía eso de que al cole vas a estudiar, no hacer amigos y un sentimiento ahogado se pronunciaba en la boca del estómago. No era que no entendiera lo que su madre le decía, era que ella también quería tener amistades, y a esa edad , es lo normal, o eso veía. Pero, nada se daba como Marta quería. 

Se decía que aquel terrible suceso, no hubiera pasado si ella hubiera tenido más cuidado. Tanto una como otra. Daba igual. Marta ya era mayor. Y pesara lo que pesara, a pesar de los dragones que la habían cubierto a lo largo de su vida, tenía una buena vida. Y es que, los médicos decían que era un caso inaudito. Aquello era impensable. Pero, hubo un tiempo en el que ellas luchaban a fuego, entre llantos y berrinches, entre riñas y esfuerzos, que ocasionaban la incomprensión de de la una y de la otra. Sin embargo, Marta, seguía anclada a esa incomprensión que el pasado no dejó cesar entre impotencia y llanto. Pero que nada te detenga Marta, pues estás aquí para luchar. Se decía. No puedes desfallecer. Se repetía. 

Cada incomprensión, se transformaba en un encuentro de nuevos lazos que ella, Carol, madre de Marta, interpretaba cómo la excusa perfecta para que ella, Marta, no se ocupara de sus sentimientos. 

Cierto era que el infierno llegó a su cuerpo para llevarse la delgadez y posarse los kilos de más que había ganado. Sobre todo desde que se había casado y ahora con tan buena predisposición había conseguido deshacerse de unos cuantos. Ella iba haciendo su vida. Marta, ya no podía ser cómo ese 1% por ciento de la población que se levanta y va al trabajo, y luego se queja de lo bueno que sería tener un día de fiesta, un puente, unas vacaciones o irse de viaje. Un demonio se llevó todo cuanto la juventud de una niña de diez y siete años, cual libertad creía que le habían impedido, porque Marta, muy a pesar de su madre, entraba y salía cuando quería, se levantaba temprano, se iba a bailar o estudiaba, o con mucho hincapié sacaba un curso que la llevaba a puestos de trabajo que la hacían sentirse orgullosa. 
Otras, dormía, domía hasta tarde y regresaba con la cantina de siempre. Pero si de algo estaba contenta Carol, era de que a pesar de ya no poder trabajar había encontrado aficiones que la llenaban del todo. 

Carol temía al infierno en el que se convertía cuando Marta no era capaz de controlar las emociones y es que ella solo quería que estuviera bien. Bien, para estar ella tranquila. Que ya la había criado. Ahora, tenía que vivir ella y la felicidad de sus hijos. Pero una tremenda carga se sucedía cuando la llamaba a todas horas con un nuevo problema. Con cada ataque de nervios y ella le decía cualquier cosa para que no pensara en lo que le sucedía. Creyendo que así, le restaba valor. Y era cierto: Le restaba valor a lo que su hija sentía en ese momento. Y aquello, a su hija, la llenaba de impotencia. Y a la madre, de culpabilidad. Por no saber cómo llevar, cómo manejar la  situación. «Nadie nace aprendido» le decía Marta, y se armaba de valor para no ver a su madre hundida, desvalorizándose. 

Tanto era así, que muchas veces, tenía que esconder la lima de dolor que se tragaba la alegría que un día hubieran tenido si a caso, eso las unía en una conversación a tantos kilómetros imposibles de abrazar. 

Le diría que la quiere, que lo ha hecho mal, que quiere aprender a centrarse en el hoy, y ella le diría que comprende su sufrimiento, que no tiene que demostrar nada, ser madre no es fácil. Pero en lugar de ello, la tecla retrocede y avanza para apuñalar. De la una, de la otra. Daba igual. Aquello era una masacre a carne viva. 

La distancia, tuvo la tregua final de añorarse con más fuerza si cabe. La calma de los pensamientos antes de escribirlos, de cerciorarse de los sentimientos de la una y de la otra. Se entendían un poco más, se dejaban estar otro poco y se decían lo mucho que se querían, esta vez sí, a boca llena y con más pecho que espalda. Pero ahora que habían firmado un pacto, la comprensión de una madre que se hace mayor y una hija que tiene la suficiente conciencia cómo para darse cuenta de los fallos que comete, en la libertad de aceptar que, cada una es de una manera. Estaba a revisión e iban a fallar. Mucho. Pero a Marta le gusta dejarse querer, y Carol, aunque le cuesta entender ciertas cosas, intenta comprender, o al menos, lo intenta.  


©️El Rincón de Keren

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