Relato Corto : "Cielito"

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ALMERÍA CAPITAL, El Zapillo.
Imagen propia
(Verano 2019)



La miraba y luego miraba el cielo. Ella, que tantos cambios le había nombrado a cada etapa de su vida. Ella, que cuando osaba mirarla, solo veía el preludio de un amor que se acaecía como lo maravilloso de la vida, borracho de amor, locura concebida, era un cielo violeta, arrebol en un verano que nunca se hace de noche, que nunca termina de reconocerse la oscuridad, era ese manto de ensimismamiento atontado que le dejaba boquiabierto pero que, cuando la miraba, si osaba mirarle a los ojos, y serle franco, el bloqueo llegaba a su pronunciación y entorpecía balbuceando en una cita. Esa que ya hacía muchos años que recordaba cómo el mejor de su época, por lo inerte de querer besárla, por lo perenne que podía ser cielo tan alejado de su capital allí, en suelo Andaluz, y él , ¿Qué era él? sino un turista a los cielos estrellados andaluces. A ese cielo romántico, con la furiosa manía de hacerle temblar cómo o el que no quiere la cosa, él, él y su cielo, que ahora, más que nunca, se acercaba el aniversario de su cielo recordado, con su cabello que no ondeaba por la brisa, pero sí por sus rizos, por su belleza negra que no se sonrojaba pero si se asomaba la timidez y la sonrisa socarrona que la traicionaba y por suerte, el cielo, ese cielo acusador, le dejaba ver una mujer que si dijera que la traía de cabeza, era quedarse corto. Porque lo que el sintió cuando quedaron aquel día en aquella playa, fue hermoso. Sí, aunque fuera un hombre de crianzas machistas, donde el hombre era un impedido a los sentimientos delicados. Y al decir delicado, quería acariciarla, tratarla con delicadeza, cogerla de la mano, sonreírle, hacerle cafuné a su cabello 'Afro', a su camaleónico cabello, cuando llevaba extensiones, pero ella... Ay! pobre Adrián ! que se había topado con una mujer que aunque esbozaba, a simple vista, una inconmensurable delicadeza, ella,  y puede jurarlo por ese cielo como testigo, era una mujer que con el tiempo, no callaba nada, decía las cosas cómo caían: si tenía que soltar un taco, pues lo soltaba; si tenía que arreglar un grifo lo arreglaba; que tenía que hacer la compra de un mes, pues no le esperaba y se iba ella sola; que tenía que pagar alguna factura, la pagaba de su bolsillo; ella, que si tenía algún problema, ella se lo guisaba y ella se lo comía, muy a pesar de que él, le había aconsejado que no esperara a pedir ayuda, o más bien que se la pidiera; ella, que nunca le importó si le apretaba más o menos el pantalón, pues ajustada iba; que no se avergonzaba de sus atributos, pues los insinuaba, ella tan clara para algunas cosas, y tan tajante en otras. Si tenía que hacer algo, se lo procuraba ella misma , y ella, con el cielo, Ay! si ese cielo hubiera advertido a Adrián! : Ella, era mucha mujer para él. Y ella, que no es tonta, lo sabe. Es bien sabido que detrás de esa apariencia, fuerte, se esconde un esbozo que a él le encanta: la de los elogios cuando salen de algún problema, la del apoyo, la de la confianza, de las caricias mientras ven la televisión, la de su tozudez en que cocine él, porque gracias a eso, ha aprendido a hacerse un huevo con patatas fritas y cuando vienen las sobrinas ya no piden otra cosa. Ahora, Adrián, loco de amor, ferviente de saber, conocer, interesado en querer aprender más o tanto cómo ella, en ese aniversario violentado, los labios se le secan y la playa vuelve a desprender el mismo salitre de aquella primera vez, esa primera vez que se vieron y le dijo que la quería o lo intentó. Para bien o para mal, ella era su cielo, su primer amor, su primer beso, su primera pareja de verdad, y podía decir con todas las letras, que ... ¡Dios! ¡Cómo la amaba! Quizás sería el cielo, sería el agua sal, el murmullo de las olas, el gentío, o su tardío convencimiento pero así cómo era ella, ni corta ni perezosa le espeto lo que el tanto había temido en ese tiempo: 

-Me voy. Ya no te aguanto más. Necesito avanzar en mi vida. Necesito ver que yo también soy alguien en esta vida. Me merezco que me quieran así como yo doy y sobre todo, que me mimen. 

-Pero ... yo ... te quiero aquí... 

-Es demasiado tarde. 

Ay...! ¡qué convencida estaba ella de que él no la amaba! Quizás no cómo ella esperaba. Pero de que la quería, la quería un rato grande. Sin embargo, no se sabe si fue el orgullo, la rabia o la mala leche de éste... que tragándose todo el amor que una vez sintió por ella, nunca le dijo de sus verdaderos sentimientos, pensamientos y temores. 

Y así fue que caminando, una vez soltero, por las playas donde se amaron en vano, donde él la quíso en silencio, la acuñó con el apodo de « Cielito». Solo que... ella, nunca lo supo.
  

©️El Rincón de Keren

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