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BAJO LA NOCHE
Solo sabía que desde que tenía uso de razón sus días
comenzaban por la tarde. No entendía por qué esto eso era así. Cierto día, topó
por los pasillos del instituto con un compañero que no había visto antes y a
partir de ahí comenzó la odisea…
—¡Hola! ¿Eres nuevo por
aquí?
—No, lo que ocurre es que
por las mañanas voy a clase solo de once a tres de la tarde, debido a mi
dedicación en tocar el chelo… ¿Te gusta la música?
—Ah, perdón, pues sí me
encanta sobre todo el Jazz.
—¡Genial! Creo que nos
llevaremos muy bien… Lo cierto es que yo tampoco te había visto a ti… ¿Has
escogido las tardes por algo en especial? —Edna, no sabía cómo se suponía que
debía contestar a aquella pregunta, puesto que siempre había ido a sus instrucciones
de tarde y acababa por las noches. Simplemente era así y punto.
En ese momento un compañero
coloco la mano en el hombro de su, al parecer, su nuevo amigo. Momento en el
cual, este hace una broma y se dirige junto al compañero que llevaba una
mochila roja y una bolsa de deporte, por lo visto, del equipo de fútbol.
—Perdón, te veo a la salida de clase a las
nueve, ¿verdad? — Edna dubitativa, asintió sin convicción…
Vio como se dirigían hacia
sus respectivas clases mientras su compañero de clase le decía entre dientes… “¿Por
qué hablas con ella? Es rara…” acto seguido, el chico al que acababa de conocer
le propina un puñetazo en el hombro simulando efecto y este finge mucho dolor.
Se alejan hasta perderse entre la multitud que va desapareciendo e
introduciéndose en sus lugares de estudio.
Aquella tarde, o más bien
noche, estuvo dispersa en clase. Edna era de piel terrazo, ojos marrones,
cabello lanudo, labios gruesos, ojos ojipláticos y de mirada clara. Solía
causar un efecto agradable en la gente, pero aquel verano tan caluroso como
pegajoso, en el pueblo de Stone Valley, los alumnos aprovechaban para colarse
en las residencias con piscinas a modo de sentir la adrenalina más directa y al
alcance, puesto que en la zona no había mucha actividad; siendo un pueblo
perdido donde Dios perdió la alpargata y no quiso ir. Los jóvenes buscaban
diversión en hacer gamberradas o simplemente tumbarse en el césped de los
parques a fumar o beber alcohol. Era su forma de desafiar las leyes.
Edna que recuerda la
conversación con su nuevo compañero, decide no quedarse a esperarle. Se dirige
en bici hacia su casa después de treinta minutos rodando y sintiendo el aire
fresco que proporciona las noches refrescantes de verano a eso de las diez de
la noche: justo cuando llega a casa. A decir verdad, había muchas incógnitas
sobre ella misma que en un solo momento le habían asaltado de pronto sin que
pudiera remediarlo. Decidió preguntar a su madre mientras esta hacia la colada.
—Mamá… ¿Por qué hacemos vida
a partir de las siete de la tarde? —dijo temiendo su reacción
—Es así y punto… ¿Por qué lo
preguntas?
—No sé, es raro que nunca
hayamos ido a la playa o al río a tomar el sol y ahora que lo pienso, nunca
hacemos planes con los vecinos para hacer una barbacoa o ir a tomar algo… o ir
de tiendas …
—¿A qué vienen ahora tantas
preguntas? ¿Te incomoda?
—No, es que es raro…
—suspira. —en la mayoría de las películas la gente normal hace vida desde las siete
de la mañana… no entiend….
—¡Basta!
—Pero mamá…— en ese momento
llega el padre e intercede
—Ronda, creo que la niña ya
no es una muñequita a la que puedas ponerle la ropa que más te parezca. Creo
que deberías contárselo.
—No hay nada que contar —
apostilla y añade—: ¿A caso no tienes un techo donde dormir, lo mejor que
puedas tener a tu edad, comida y unos padres que te adoran?
—No es eso… la mayoría de
mis amigas…. —pero la madre se niega rotundamente a seguir la conversación
—¡Basta! He oído suficiente.
—zanja
—Papá…—solloza Edna
—Hija, yo…—pero aparta su
mano cuando se dispone a consolarla y echa escaleras arriba ocultándose en la
habitación, dando un portazo tras de si. Se tiró en plancha en la cama y
comenzó su lamento.
Edna no entendía nada. ¿Por
qué no podía ser normal? Solo pedía eso.
Aquella noche en clase las horas
pasaban muertas cuando uno de los profesores había dado aviso de que faltaría.
Se preveía que llegara en veinte minutos, pero los alumnos sabían que dada las
horas que eran no iba a venir nadie en la última hora. Así que esperaron en la
biblioteca mientras avanzaban en sus tareas encomendadas. Un grupito de chicas
se reían jocosamente mientras desviaban la vista de vez en cuando hacia la mesa
donde Edna y sus dos compañeras del alma: Rossie y Shian , se quedaban tan
estupefactas como ella por como estaba siendo Linda de irrespetuosa. Tanto era
así que el resto de la hora y ya hasta irse todos a sus respectivas casas tras
una larga jornada, habían captado el mensaje: Edna, era “algo raro”.
Se sentía así. Siempre había
sido la rara, pero gracias a sus amigas, la vida en Valley era más llevadera.
En cambio, debería haber previsto que sus amigas no aguantarían las miradas a
la salida del instituto. En ese momento, en el que ellas se alejaban, el coche
de su padre estacionaba en la entrada de la institución para llevarla a casa.
—¡Vaya tela! —dijo el padre…
—¿QUÉ? — Intentó restarle
importancia
—Hasta yo me he dado cuenta
de que esos chicos te hacían el vacío.
—¿En serio?
—Sí… esto… tenemos que
hablar…
—Pues no sé de qué—apostilló
Edna
—Ja. Ja. Muy graciosa… —El
padre tomó un camino muy diferente al que solían tomar…
—¿A dónde vamos?
—Vamos al centro comercial,
veremos una película, comeremos palomitas y haremos esas cosas de familia que
tanto creo que te hacen falta como padre e hija y luego te contaré algo.
El encuentro familiar, padre
e hija fue encantador, ameno y necesario. Rieron e hicieron bromas, como cuando
era pequeña. No entendía por qué habían dejado de hacer aquellas cosas.
—Bien, tomate tu batido
porque tengo que contarte algo. —condujeron hacia el parque en el que solían
pasar las tardes de pequeña—… no lo recordarás, pero aquí te desmayaste.
—Estás de broma…
—En serio, lo que ocurre es
que eras bastante pequeña. Estabas jugando con tu compañera de parvulario,
Elisabeth y de pronto te desplomaste. Era verano, el sol estaba en su punto más
álgido y pasábamos los veranos entre montaña y playa. —hizo una pausa.
—entonces no lo sabíamos, pero aquello podía convertirse en algo que marcaría
tu vida para siempre…
—¿A qué te refieres?
—Pues a que no estas bien,
Edna. Ni tu ni tu madre…-tragó saliva y prosiguió—: ambas tenéis una enfermedad
muy rara en la piel, por eso tienes esa manchita casi imperceptible que cada
vez que le toca el sol te deja inestable y muy delicada. Produce desmayos,
alteraciones en tu sistema neurológico… y… esa es la razón por la que decidimos
que era mejor que si no ibas a ver el sol, al menos, conocerías dentro lo
normal, otra vida desde las tardes hacia la noche; y es así que llevas una vida
normal dentro de los parámetros que quizás no previó el médico…—la cara de
estupefacción de su hija le hizo encogerse su corazón. —Antes que te pongas
cómo una furia, tu madre se sintió muy culpable cuando tenías cinco años y en
este parque te desmayaste, tras la sentencia del médico que resolvió que nunca
podrías hacer vida normal, hemos demostrado que estaba equivocado…
—¿Y por qué no me lo habéis
contado nunca? ¿A caso no merecía la verdad?
—Tu madre sufría mucho al
principio. Si no lo ha hecho, ha sido porque crecieras con las mismas
alternativas, posibilidades y aptitudes que cualquiera… —Edna sollozó y se
llevó las manos a los ojos, mientras su padre la abrazaba.
**
Pasados dos largos meses,
por la noche, en el descanso de otro día largo en el instituto se acercó
alguien a hablar con ella…
—¡Dichosos los ojos!
—¡Hombre! Pensaba que te
habían cambiado de Instituto… hacia mucho que no te veía….
—Sí, perdón por no avisarte,
pero… no me esperaste a la salida. Creo que no te dije mi nombre, que es Jon…
—Encantada, yo soy Edna. —Se
dieron un apretón de manos
—¿Te apetecería ir mañana
después de comer al río con unos amigos?
—Esto…
—¡Qué maleducado! Quizá te
sientas incomoda sin conocer a nadie, por eso, si quieres podríamos ir quizá
solos y luego comer unos helados… no muerdo— dijo entrecortado y ligeramente
nervioso y sudoroso… era la primera vez que Edna veía a alguien interesado en
ella. Había oído hablar de esa fase, y sí, a ella también le gustaba Jon. Pero
era un secreto que no iba a confesar.
—Tengo que pensarlo… —Edna
se disculpó y se ausentó para irse al baño.
**
Edna le explicó la
conversación que mantuvo con su padre algunas semanas atrás y su preocupación en
cómo podía quedar con Jon a sus amigas.
—¿Y qué enfermedad es esa?
Edna sintió como si una
especie de rechazo acechara, sintió como un halo de miedo en sus amigas al
contarlo. Quizá por el desconocimiento, por el miedo a ser infectadas o
simplemente por curiosidad. Edna se sintió tan mal que salió del instituto y al
llegar a casa lloró como una descosida. Acto seguido, miró en las revistas que había
por casa y en internet sobre su afección. Después de tres días recabando
información había descubierto que lo que tenía, tenía cura, pero, algo con lo
que no contaba era con el pastizal que costaba. Decidió seguir un tutorial en
el que indicaban cubrirse bien la piel y proteger los ojos así que, pensó en
ponerse un pañuelo unas gafas de sol por la radiación y un suéter fino.
Parecía más una celebridad
que nada. Y en vez de parecer que se está protegiendo del sol podrían creer que
tenía una actitud altanera. Pero… ¿Qué otra cosa podía hacer? Se echó a llorar.
En ese momento, su padre llegaba de trabajar.
—Cariño… ¿Qué te ocurre? —
la abrazó
—Tiene cura…
—¿El qué?
—Lo que nos pasa a ambas
—pero…
—El procedimiento es muy
sencillo, consiste en un ungüento con
inhibidores de calcineurina.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo que ocurre es que no
tengo dinero para ello y… y… Jon… —se echó a llorar alteradamente al tiempo que
balbucía
—Tranquila, cariño, no te
preocupes por eso. Hablaré con tu madre. Pero… ¿Quién es Jon? ¿Tengo que
preocuparme?
Edna persuadió a su padre.
Hecho que su padre arregló con una sesión de cine en casa y palomitas mientras
él y su madre cenaban en algún restaurante.
Luego de proponérselo a Jon,
este aceptó de buen gusto. La quedada finalmente fue solventada.
La noche sucedió sin
sobresaltos. Hecho, que, pese a los inconvenientes de una adolescencia curiosa,
debido a que Edna evitaba ciertas salidas de ocio comunes como ir a la playa, estar
en una barbacoa a pleno sol o irse de vacaciones siquiera a algún lugar
paradisiaco con la familia; desde esa primera toma de contacto, era evidente
que más pronto que tarde tuviera que contárselo a Jon. Puede que salir a
comprar, se hubiera tornado de lo menos común para una adolescente, puesto que
tenían a una cuidadora que hacía dichas tareas, tales como hacer la compra del
mes o cortar el césped. Por las noches, una vez al mes solía acudir el médico
de familia para asegurar que todo marchaba bien. Era algo rutinario, que Edna
no había visto como algo fuera de lo normal para su edad de no ser por Jon. Y
por Jon, se decidió a hacer cosas nuevas.
Con el tiempo, Jon y Edna se
hicieron inseparables. Se contaban todo, hablaban todo el tiempo, pero siempre
había esa reticencia a la hora de hacer cosas nuevas. En cierto modo, Edna, se
había vuelto retraída y muy suya a la hora de contar ciertas intimidades.
Cierto día Jon la interceptó en los pasillos del Instituto para quedar con ella
a la salida. Jon fue tajante de camino a casa de ella, hecho, que la obligó a
permanecer callada pero antes que pudiera decir nada…
—¡Vaya dos! —vociferó una
alumna a cierta distancia. Ambos giraron sus cuellos al unísono para mirar
quien había sido
—Shhh!!! A ver si te pegará
un bocado… ja ja ja ja —rieron
—¿Qué hablan estas chicas? —Jon
agachó la cabeza y con una mirada de corderillo, la intentó abrazar, pero ella
se zafó para añadir—: ¿qué es lo que ocurre? Tu sabes algo…
—A ver… —suspiró en cuanto
vio que esperaba una respuesta rápida—…se comenta que eres una vampira… Pero
antes que puedas decirme nada, lo que ocurre…
—¡No! Te preocupa lo que
puedan pensar de ti si sigues saliendo conmigo, ¿no?; ¿Por eso intentabas que
saliéramos a cuantiosos lugares? —dijo decepcionada a la vez que dolida
—No es eso, tus motivos
tendrás para no querer salir y relacionarte con más gente durante el día, pero…
—Frunció el ceño. — ¿Tan poco confías en mí que no me cuentas ese por qué?
—No es que no confíe en ti…
hay cosas que me las guardo para mí. No tenemos por qué saberlo todo el uno del
otro…
—Yo creo que tienes miedo. —Caminaban
uno al lado del otro cuando por fin llegaron a la puerta.
—Creo que es mejor que no te
quedes a cenar esta noche en casa.
—Pero… ¿por qué?
—Estoy demasiado
decepcionada
—Creo que tienes miedo a que
te fallen y a que alguien te haga daño. Pero nunca te haría daño, nunca lo
haría, ¡¡joder!!
—Porque me tienes lastima,
¿no?
—Porque me importas y estoy
enamorado de ti. —Edna se quedó boquiabierta mientras le subía el calor por
toda la cara…
—Jon… no se que quieres que
diga…
—Dime que no sientes nada
por mí y dejaré el tema, dejaré de intentar quedar todo el tiempo contigo,
aunque… no te aseguro que pueda dejar de pensar ti… —Edna emitió un pequeño
sonidito interrumpiéndose para reír
—Sí, — dijo con una voz casi
inaudible…
—¿Qué has dicho?, perdón es
que casi no te he oído…
—Me gustas mucho, Jon. Pero
vete ya, mis padres están a punto de llegar y no quiero que nos vean… —Jon le
plantó un suave beso en los labios que le dejó una fragancia irresistible en la
ropa por toda la noche. Seguidamente, se abrazaron por un prolongado momento y
se despidieron con los ojitos centelleantes.
Ambos flotaban en una nube,
pero los días en el Instituto se hicieron cada vez más difíciles para Edna,
pues le hacían jugarretas: en gimnasia el balón siempre se lo tiraban con saña,
en los vestuario, siempre había alguien le llenaba la camiseta con zumo de
cereza por aquello de que creían que era un vampiro… En realidad, era una
excusa para divertirse a costa de Edna, pero era demasiado joven para darse
cuenta. Sus padres intervinieron cuando vieron que un día llegó con medio
cabello afro cortado, con la camiseta bañada en ajo por sus compañeras, y las
rodillas con rozaduras.
Finalmente, su madre decidió
que debían ir al médico. Gracias a que su padre insistió, ya que, el
profesorado creía que era algo pasajero, decidieron expulsar a los implicados. Por
el contrario, los profesores hicieron caso omiso a las advertencias de los
padres, que preocupados, temían que su hija, cierto día, no pudiera contarlo. “…
¿Y qué hacemos, expulsamos a todo el colegio?” indignados, decidieron contarle
al director la situación. Le tuvieron que contar, por descontado, el
desafortunado problema con la piel. Por lo que, el colegio decidió que podría
ser contagioso para el resto de los alumnos. Pese al documento que indicaba
dicho dictamen médico de que no era contagioso, hicieron caso omiso y la joven
fue desestimada del centro. Ahora, que por fin había encontrado a alguien en su
vida, una terrible depresión era su día a día.
Con el tiempo, la familia
puso un fondo común para poder realizar dicha compra de ungüento, al mismo
tiempo de que interpusieron una demanda por el elevado coste de los
medicamentos. El caso, se llevó lejos. Junto con la prueba del rechazo de
admisión de la niña. Tanto era así que salió en los medios de comunicación. Con
cinco años de por medio, finalmente el caso se resolvió alegando los
impedimentos y vida de la joven en su día a día. Una horda de protestantes se
unió a la familia y el caso, pasó a la historia del pueblo siendo la primera
familia que conseguía algo parecido.