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Desde el ventanal, asomadas todas aquellas doncellas mancilladas, saludan con grandes ojos, labios del color rojo, cabello perfectamente recogido y de sus refinadas manos, los pañuelos que sirven de saludo a los hombres que se acercan a la calle donde se frecuenta la mal sabidas vidas. Aquel barrio, era conocido por el gran número de mujeres que tras un antifaz se asomaban a las ventanas para elegir a la víctima perfecta. Algún hombre caería rendido por los finos brazos, y escotes sugerentes ceñidos por el corsé que las recogía y les hacía parecer más esbeltas. Ahí se jugaban las más finas, las más escuetas o tal vez las más descaradas. Todo valía para sacarse desde esa mala vida un dux, o varios, según se esmeraba la desenfadada doncella.
Hacía varias semanas que Giovanni conoció a Julia desde el otro lado de aquel puente que solo dejaba entrever el cabello rojizo de aquella Julia tan distinta a las demás. El la visitaba y desde el otro lado ella le guiñaba el ojo para que se atreviera a adentrarse más allá de sus aposentos, en sus labios quizás, en sus piernas remilgadas y ese saber estar tan propio de la nobleza que a Giovanni tanto la distinguía de las demás mujeres. El problema es que el chico estaba enamorado, ¿Sería Julia digna de su amor? Solo el tiempo lo diría.
Tras semanas de apariciones en el hogar de la doncella remilgada, las conversaciones era frecuentes, los diferentes puntos de vista se asomaban, se apoderaban de las ganas enfermizas de hacerla su mujer. Un día mandaba a su sirviente que le llevara flores y esta lo recibía con gusto, al otro la deleitaba dulces, la adornaba con las más bellas de las esculturas, dormían juntos fuera de las miradas de la población, siempre a solas y sin nadie que pudiera corroborar que estuvieran juntos, eran tantos los esfuerzos por enamorar a la adorada Julia que su amor crecía y se desbocaba por todos los canales de la bella Venecia.
Un día, harto el chico de las evasivas a su amor efusivo por la pelirroja, decide darle un último regalo en muestra de amor, cuando este, va personalmente a divulgar su presente, desde el mismo lado en que una vez estuvo el cortejando a la chica, un hombre trataba de poseer lo que una vez fue suyo o lo que él creía que era. Pues es la misma Julia la que le guiña un ojo desde el ventanal como a él, la que le enseña sugerentemente pero sin entonar demasiado sus encantos, Es la misma pelirroja que sin dudarlo y sin tomarlo ni beberlo había substituido las noches a ojos de la luna y como único testigo la noche con Giovanni por un galán de chaqué y corbata.
Fue entonces cuando este lo comprendió todo. Julia no era más que una mercenaria que vendía sus besos, sus brazos, sus fornidas piernas, a cambio de unas monedas. ¿Cómo es que no se había dado cuenta antes?
El Rincón de Keren
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Me ha encantado tu relato. La verdad es que muchas veces las apariencias engañan. Un beso
ResponderEliminarSí, podemos creer que todo es muy bonito sin conocer apenas a la persona presuponiendo que será de tal manera pero luego... la verdad, nos puede sobrecoger. Gracias por pasarte por mi blog. Un saludo!
ResponderEliminarUna apariencia imprevista ... inesperada. Un buen relato, Keren
ResponderEliminarHola Enrique,
EliminarLa intención era crear un efecto inesperado. veo que lo he conseguido. Espero verte más por aquí. Un gran saludo y gracias por pasarte por este blog.
Lo haré con mucho gusto, Keren, buscaremos el tiempo.
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