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©EL RINCÓN DE KEREN |
Del recuerdo de ese pasado nada queda sin embargo todo lo recuerda. Hay una especie de aura que todo lo impregna dejando todo lo mal techado desperdigado. Con ganas de no querer pensar, con ganas de no sentirse inútil y aferrarse a un momento de su vida en el que nada es ya parte de la definición de su pasado. Desvió la mirada de ese horizonte invisible. No es que aquel gesto la hiciera más fuerte o le ayudara a terminar con ese lastre, pero la ayudaba mucho no pensar en aquel tormentoso suplicio.
Nunca se es demasiado fuerte para un abrazo, ni un cariño de los que te quieren sin embargo aquello se había tomado casi como por costumbre. "¿Qué puedo hacer si me encuentro en este dilema del sumergirse en el dolor o apartar la mente?”" se preguntaba Johana. Y después de ojear en internet cuantiosos artículos de los que estaba interesada, tomó las llaves y se dispuso a salir a la calle para seguir con el ritual. Cerró la puerta asegurándose de que había cerrado bien y echó calle abajo a caminar. Por aquel lugar, tan vivo como se oye desde el interior de la casa, tan ruidoso cuando pasan algunos jóvenes con su moto trucada… no se asemeja nada al bullicio de todas las mañanas.
Sacó del interior el Mp4, pensaba dar vida al día con la melodía positiva de la radio mientras el cardio de todos los días le inyectaban cansancio y después con un poco de suerte, adrenalina para acabar de limpiar lo que le quedaba en casa.
El paisaje con música, era diferente. Las notas iban al compás de los cuerpos, con los movimientos inciertos de la gente desconocida, con las gesticulaciones de la muchedumbre que comenzaba a hacerse notar a medida que iba llegando a calles más concurridas. En ese momento, si tuviera que ser algo, sería una nota. No es tan solo un sonido, es el movimiento, el sentimiento, la rabia, la alegría o la agonía mostrada en una dulce o amarga canción. “¡Qué viva la música!” pensó hacia sus adentros.
No era más que el inicio de aquel paseo. Hacia mover los músculos con la poca elegancia de unos muslos bien fornidos, pero se había arreglado y aquello carecía de importancia, la gente se saludaba con la mirada. Aunque aquello, no pareciera de lo más importante, para ella aquel gesto era toda una fiesta, “No me arrepiento de haber salido” se dijo.
El camino por lo pronto, no era del mejor asfaltado, pero con sus zapatos bajos hacían el camino liviano, agradable y merecedor, además si quería ver un buen paisaje, este era el lugar, el momento. Y fue entonces cuando el cansancio comenzaba hacer mella. Después de casi una hora caminando los gemelos se quejaban y pedían un descanso. por lo que el paseo fue más lento. Buscó un banco desde donde el que admirar las palmeras , el cielo, la gente y por qué no, la vida en todo su esplendor pero en vez de eso al sentarse y después de recostar la espalda , cogió aire , miró el horizonte y después sintió como poco a poco su respiración volvía a tomar su ritmo normal. Entonces cuando después de aquel camino de ida comprendió que, no importa lo que uno pueda sentir en un instante, un instante de mala vibra, sin sentido, lo que realmente importaba es que ahí fuera, había un mundo lleno de vida y estaba dispuesta a descubrirlo.
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