Relato: El mensaje

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Decir que Natalia tiene un día de lo más normal es algo que no se puede concebir de cualquier manera, pero por lo pronto, llegar mojada, haberse caído por las escaleras del metro, que le hayan gritado un pésimo piropo, que se hayan agujereado los pantalones por haber pasado por una obra en la que un hierro campaba a sus anchas y sobre todo, ahora que su soledad era incapaz de ser cedida a cualquiera, retornaba como la presidenta de su república, aquella que se había otorgado el poder de dedicarse y elegirse primero, para acabar desestabilizada por un mensaje de su ex marido. No le animaba demasiado tener tantas horas en las que trabajar después del mensaje que le había enviado este, pero pensándolo mejor, le permitía otro punto de vista. Ahora bien, entendía que una decisión cómo aquella, contenía un peaje del que podía salir bien o muy mal parada. 

Quedarse a expensas de un amor que no le había dado más que disgustos, le había dañado. Ahora recordaba los meses sola, en los que no recurrir al móvil, era la puerta a la salida para no decaer, ¿y porqué será que una vuelve al mismo sitio si no estuvo bien? hacía memoria mientras el café se iba enfriando al compás del tecleado y sorbos pequeños que la iban espabilando. 

Para empezar, llegó a casa en condiciones deplorables. Su ropa lejos de ser lo más moderno que hubo visto mientras volvía en el metro sentada, mirando las caras y los cuerpos estilosos de «looks última moda» había que reconocer que volvía de un viaje en pareja cómo la pueblerina que nunca había sido, pues llevaba unos pantalones que se le caían y que tenía que ir subiéndose por que sinó casi podían caerse por la ternera y un jersey roído de color rojo, más bien viejo, para la buena verdad. ¡Y qué decir del cabello! aquello era terreno pantanoso. Pero para ser sinceros, a ella le dolía más el desquebraje del corazón, que su propia apariencia. El dinero se regeneraba y la ropa era substituible pero nunca olvidaría las luchas en querer salir de aquella ciudad, los golpes mal dados, las palabras que nunca se retiraron , el dolor tras la soledad de no estar con nadie más que con alguien que la trataba cómo comodín a la substitución de una madre que no estuvo por él: Había tocado fondo. 

Por momentos creía que lo mejor sería volver, otras, pensaba que lo ideal sería que los dos se renovaran en otra ciudad y por ende salir del bache que les había menguado en pareja, reconciliarse, amarse, apoyarse pero toda su familia coincidía en lo mismo, «Date tiempo» y aunque ella no entendía muy bien qué querían decir con aquello, comenzó a dedicar tardes de lectura y paseos,  a informarse de todo lo que sucedía alrededor, anotaba todo lo que le parecía importante , veía debates, leía todo lo que caía en sus manos y así fue cómo su primer estado, el de poder hacer todo lo que ella quería, fue tomando forma hasta liberarse en mente y labor. 

La labor de encontrar trabajo le procuró un sueldo extra  y noches de estudio. Se había dado cuenta de que con el ritmo que llevaba, no había pensado en él. Y por más que lo intentaba, no encontraba un motivo por el cual irse de nuevo. Ahora venía lo duro, persistir, no ceder, no dejarse en aquello que le motivaba, que nadie pusiera precio a su compañía. Y lo estaba consiguiendo pero había algo con lo que aunque ya contaba con ello, se había dado cuenta que no lo trató porque consideraba que primero debía ganarse a ella misma, quererse a ella misma: No tenía amigas.

No tener amigas no era algo que quisiera cuando ella se encontraba bien, por lo que, cuando ella se dedicaba a ella misma, no había duda, no había razón para querer compañía y de pronto llegó esos fatídicos días en los que ni se entendía, ni se comprendía en las acciones que llevaba a cabo. Parecía una mujer artificial, tanto para entablar una conversación, cómo para hablar con la familia. Lo cierto era que, había temido tanto no estar bien, que también temía no estar bien con su familia. Las conversaciones parecían forzosas, los besos fríos y las miradas algo llenas de amor que no calaba. Pero el Karma, a veces, te agita, te ansía y luego de enervarte, acude a ti: la otra cara de la moneda. La cara era la de no querer que le vieran cómo el ser débil que había en las apariencias. Y no era cierto que era débil. Era solo que estaba más preocupada en no parecérlo que en estar tranquila haciendo. 

El día culminó una madrugada con el mensaje que entraba como si de un azote se tratara: «Quiero volver contigo. Te amo. Quiero que lo intentemos» Había pasado tantos años teniendo la paciencia de decirle, de explicarle y hasta de callar para que comprendiera que debían hablarse, comunicarse, que ahora le parecía una tarea bastante tediosa encontrar dentro de ella un motivo por el que volver a aquella casa dónde nunca fue ella misma. 

Ser ella no solo era leer o trabajar. Para ella, poder salir al cine, salir a comprarse ropa, reflexionar sobre un tema o debatir con «J» eran situaciones que le nutrían, no comprendía una vida en la que no se diera la oportunidad de hacer todo aquello que no había podido hacer en casi cincuenta años. Sí, ahora quería vivir, hacer lo que le diera la gana. Quería caer mal, reírse de ella misma, sentir otra vez la devoción por su familia, comer comida africana, salir a tomar café y perderse por las calles y ver, descubrirse con otras fuerzas. Así que no, no quería volver. Pero había cierto rintintín en lo que se refería al amor en pareja. Tener pareja, le creaba una falsa comodidad, estabilidad emocional, tranquilidad de la que había querido huir media vida y parte de la otra discutiendo. No. No tenía porqué estar en pareja si no quería. 

Se recuerda, llorando y enviándole a «J» la fotografía de apeo del bus. Con un emoji de los que sale el brazo con el músculo. Y el mensaje: «¡Tú puedes!» 
Fueron meses de vaivén, nunca había sido tan clara en lo referente a lo que sentía, y ahora un simple mensaje, la dejaba fuera de juego y no quería volver a lo de siempre: Lloreras, enfados, ansiedad, arrebatos, rabia e incomprensión. NO. No eran la pareja perfecta ni quería ya que lo fueran, ni en el pensamiento y ni de ningunas de las maneras. La idea del amor que ella sabía que tenía era la que se pegaba cómo un chicle a esa imagen de cuando noviában y ya no era, ni el hombre del que había huido, incluso estando cerca de él. 

Cogió el móvil, e hizo lo que toda persona piensa y cree que nunca podría llegar a soportar. Se cambió de número teléfono, de móvil, y lo bloqueó de su vida a ese hombre que llegaba tarde a un amor que ya no estaba. Pero había algo con lo que no contaba: 

Se sabía el número de teléfono de memória. 

Mientras, el numero bloqueado sigue en la agenda y la vida sigue en el ir y venir de una vida solitaria pero bien aprovechada, pero nunca se sabe si el número de la vida, esa que duele , volverá a ser marcada. ¿Pero sabéis qué? Ya no le echa de menos.

Entra mensaje:

-¿Te apetece un café?

©️El Rincón de Keren 

Comentarios

  1. Hola, Keren.

    Había tocado fondo. Ahí encontramos la primera clave del texto. El lector ya esta más que situado.

    «Quiero volver contigo. Te amo>> Segunda clave importante. Y un mensaje que debe sonar atronador y ser desestabilizador.

    ¿La respuesta?

    Ya no le echa de menos.

    El café deja gran sabor de boca en el relato si lo entendemos como el comienzo de una nueva vida.

    Un gran saludo.

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    Respuestas
    1. Hola, Miguel!
      Sí, lo has entendido muy bien.
      Son las fases de una relación que termina pero que da paso a una nueva vida. Así, el café más habitual en el comienzo del día, (Ya sabemos que lo tomamos a todas horas) nos anuncia la regeneración de la protagonista.

      Saludos y muchas gracias por tu asiduidad. :))

      Saludos!!

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