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¡Comenzamos!
Descendí por la colina de la manera en que mejor pude. Me
deshice del moño que a cada rato se me deshacía y dejé una melena que, al gusto
del aire, descubría mis mechones blancos así cómo mi piel a roble.
Desde que había llegado a la gran ciudad, no había dado la
oportunidad a mis días para dedicarme a mirar, observar todo lo que había a mi
alrededor: la naturaleza y los insectos que se sucedían apartada de la madre de
Dios. Cómo algunos dicen: Donde Dios no quiso ir.
¿Me había olvidado de mi misma?
El camino me auguraba las mejores vistas de las montañas con
las que había soñado en innumerables veces en mis ensoñaciones más animosas. A
golpe de café y frenesí de trabajo en una ciudad que podría ser un pueblo pero que,
hoy en día, la llevo en el alma por el acogedor lugar en el que tuve la
grandiosa oportunidad de vivir.
El aire que ahora rociaba mi piel castaña me hacía inflar las
fosas nasales, vivir el sol, curiosear el lugar, arriesgarme a leer en un
paraje solitario. Nunca había dedicado horas a disfrutar de la naturaleza, en
su plena explosión de flores e insectos varios que acuden con la única función
de preservar el lugar en el que viven.
Dispuesta a disfrutar yo también del regalo que me brindaban
ellos. Esperé a que el aire, diera su incipiente soplido, para seguir
observando minuciosamente. A lo lejos una figura solitaria está sentada en el
camino que he dejado atrás.
Me nutrí del espacio abierto, dejé atrás el día desastroso que
tuve ayer y me mantuve confiada en que, lo que hoy estaba ocurriendo era un regalo.
Y lo cierto es que sentía que no había un motivo o una razón. Me puse feliz.
Para cuando el sol alcanzó su momento más álgido. Escogí el
paquete de tabaco, me lo puse en el bolsillo y recogí toda la parafernalia: la
manta, el libro, la botella de agua y las libretas en las que había anotado
todos mis pensamientos. En ese momento, al cruzar los dos postes en mi regreso
al hogar, Comenzaron las lluvias de notificaciones, trabajo y montones de ideas
que me habían brotado a lo largo del día.
Ahora tenía tantas ideas que no sabía cómo hacerlo para
extraerlo. Tuve que hacer de tripas corazón para no contestar a los mensajes que
me llegaban preguntándome. Pero necesitaba esa paz de mi naturaleza y el cubículo
del que me servía para expulsar todos mis dotes y mi experimentación me brindaba
lo mejor de los dos mundos.
Entonces decidí tomar un café fuera del cubículo. En la
cocina. La brisa lograba emanarse en el interior de la limitada cocina. Y
entonces surgió; como pintor extraer sus ideas frenéticamente, mi mundo
expulsaba letras frenéticamente para llegar a una tarde en la que se me pasó
hasta el almuerzo. Pero sentía que había hecho un buen trabajo, fue el momento en
el que sentí que el nudo del estomago se había deshecho para al fin ser
liberado en forma de letras y de voces susurrantes, a golpe de teclado. Un
estado sosegador inundó mi estado con la nueva de dejar la tarde para una nueva
lectura.
Entonces, pensé en todo aquello que no había podido hacer
mientras estaba en aquella otra ciudad y … no, no me había olvidado de mí, es
más , comenzaba a dedicarme a mi misma.
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CARTA A MI YO NEGRA (de antes y de ahora)
©️El Rincón de Keren
Has mejorado mucho, amiga Keren. Formato, imagen y texto.
ResponderEliminarSolamente puedo decirte gracias. Gracias por estar siempre ahí, tanto dentro del blog como fuera. ¡¡¡Abrazos!!
EliminarHola Keren
ResponderEliminarCómo se nota en este relato tu amor por la naturaleza y esos paseos para trabajar y madurar las ideas.
Un fuerte abrazo :-)
Hola, Miguel! Sí, se nota mucho. La naturaleza me ha atraído hacia lo positivo. Gracias por pasarte. Un fuerte abrazo para ti también.
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