Cómo se siente la Agorafobia y la Fobia Social [ARTÍCULO] 😮 | El Rincón de Keren

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¿Te has preguntado la diferencia entre Agorafobia y fobia social alguna vez?


En este artículo, mediante una serie de anotaciones te lo dejo apuntado. Porque a veces, un mal diagnóstico, puede no sólo hacernos navegar por lares de la incertidumbre y de la tristeza. También faltos de perspectiva. 

La Agorafobia, es la sensación de peligro en la que uno siente que no puede pedir ayuda, escapar de esa sensación de peligro, vergüenza o miedo. Es el temor y ansiedad a encontrarse en situaciones que evitarán y les propiciará la evitación. En muchos casos cómo entrar en un ascensor, estar en lugares aglomerados como una tienda o realizar la compra se complica; llegando a aislarse de sus familiares o amigos, dejando de trabajar porque les imposibilita salir a los espacios abiertos. 

         La Fobia Social, en cambio, es ese miedo irracional a hacer el ridículo, a quedar mal delante         de otras personas, sensación de peligro al relacionarse con un grupo de gente o miedo a ser             juzgado.

*Es frecuente que los sucesos traumáticos sean parte de los desencadenantes de estas dos patologías.  






Se parecen pero no son iguales. Por eso quería diferenciarlas para que se conociera un poco mejor el tema. 


***



RELATO:



Desde que aquellos hombres irrumpieron en casa, trataba de evitar toda clase de contacto con la realidad. 

-Tienes Agorafobia. ¿Cómo te sitúas en este contexto?

-No es algo que me pille de sopetón. Algo imaginaba...

-Y... ¿Cómo lo recibes?

-De momento con miedo y alivio. Siempre supe que había algo en mí que no me dejaba ser cómo los demás. 

-Eres como los demás simplemente te enfrentas a otras circunstancias… Una persona con un brote psicótico o esquizofrenia tendría también su hándicap, pero ello no los hace menos merecedores de la vida, de compartir, de vivir experiencias o progresar profesionalmente... Eres, lo que tu misma creas de ti, sin presiones, sólo tu misma. 

Bajo el umbral de la lista de tereas a hacer. Alicia atravesó el pasillo en un estado catatónico y silente, con el ánimo por los suelos, temiendo no poder hacer nunca lo que las demás personas hacen como… irse de viaje, salir a tomar unas cañas en el bar de siempre, ir a pasear por la ciudad y volver a las tantas… 

Intentaba poner nombre a lo que le ocurría. No un diagnóstico sino lo que ella percibía tras la charla online con su terapeuta. Esta le había encomendado, que escribiera los momentos en los que, por primera vez, sintió pánico a salir de casa, cómo le hacía sentir y cómo creía que podía superarlo. Esto último, le parecía una soez, puesto que llevaba luchando contra esta calamidad desde los diecisiete años. 
“Mamá pasaba gran parte de su tiempo trabajando. Me quedaba arrinconada en un lugar de la casa al que ella solía llevarme, en su lugar de trabajo. La veía ir de un lado a otro. Yo, jugaba con los dueños de la casa, con sus hijos. Unas veces muy risueña y otras muy taciturna. 

***
"Mi vida estuvo marcada por múltiples personas en mi vida. Siempre estuve rodeada de gente. Todos parecían saber mejor que yo, cómo yo era y cómo iba a ser de mayor. En cambio, yo, lejos de identificarme con lo que me decían. Callaba, escuchaba y observaba. Fui una niña muy callada. 

Mamá dedicaba los fines de semana sólo para mí y mis compañeras de habitación. Fueron los días más felices de mi vida: dar de comer a las palomas, ir al zoológico o jugar con otros niños. En mi mente sabía que pedir mucho más que aquello, por pedir, que estuviera más tiempo conmigo mi madre, sabía que no era posible. Así que lo aceptaba, no me quedaba otra. 

Para cuando llegué a la pubertad y mi madre habiendo rehecho su vida con un hombre al que no me ligaba la sangre. El temor a que me ocurriera algo era tal que tenía que quedarme en casa y no salir después de las ocho de la noche, por orden de mi madre. Lo aceptaba y callaba. Nunca decía que no. Nunca contrariaba. Siempre la niña buena que todo lo hace y todo lo cumple. “No da problemas”, pensaba mi madre. 

Pero con la llegada del final de curso, habiéndolo concluido, me vi ateniendo a las órdenes de mi madre en todos y cada uno de los aspectos de mi vida. Me revelé. Y mi madre me lo echó en cara. Como si todos aquellos años de sumisión y “niña buena” nunca hubieran existido para ella. Acaso vivía a través de mí… nunca lo sabré. En cambio, certezas las tenía todas. 

Quedarme por tantos años sin amistades me obligaba hacer vida solitaria. Mi primer novio me dejó, mi segundo novio me dejó, y así el vacío a que te dejen y a que te hagan daño se fue convirtiendo en ese lugar llamado mundo y “la calle”. 

Mi mejor amiga me acusó de falsa amistad y una posible amiga dejó de hablarme de la noche a la mañana alegando que yo en su lugar nunca me preocuparía por ella. Eso y los mil millones de excusas para deshacerte de alguien. 

Ahora que tengo más edad, sé que no es culpa mía. Pero ese miedo a conectar con el exterior, tan amenazante, tan vivo a la hora de crear dolor a lo ajeno, fue creando una coraza convertida en protección: NO SALIR DE CASA, NO RELACIONARME CON GENTE, NO QUEDAR CON GENTE DE MI PAÍS O COMUNIDAD. 

Y no era una Agorafobia con todas sus letras, pero lo cierto era que cuanto más me quedaba en casa, más me costaba estar en círculos de gente, el corazón se me aceleraba, la incomodidad se acentuaba y el malestar y mareos eran dueños de mi persona. No, no era Anglofobia. Me sentía desprotegida en un círculo de gente, no sólo por el daño que pudieran causarme sino por lo que pudieran pensar, decir o hacerme. Al final, fui evitando estas situaciones y no saliendo de casa.”
***

Aquel escrito la despojó de su mal. Hacerlo real, hacía que pudiera mirar con perspectiva, pero… ¿realmente un diagnóstico se puede cambiar? O tal vez ¿revertirlo? Se obsesionó con la idea de mejorar. Al fin y al cabo, estar sola en lugares públicos lo había conseguido a base de esforzarse mucho. Ahora, podía salir a algún parque y sentarse a leer sin que ello le causara una fuerte ansiedad. Antaño, se recordaba llamando a algún familiar para que vinieran a recogerla. Acto seguido se metía a oscuras en la cama con las mantas cubriéndola todo su cuerpo, de cabeza a pies, mientras la música metal hacía su función. La de sacar la rabia e impotencia por no poder superar ese tipo de situaciones. 

“¿Forzar los momentos pueden hacer que uno lo combata?”, escribió en su libreta. Obviamente después de mirar muchos artículos. Con la paciencia de un cuidador y con las herramientas del terapeuta, podía ser un camino viable. Pero al acudir a la cita con la profesional esta le aconsejó.



-Es muy probable que tengas ganas de llorar, que sientas miedo, que tengas ganas de huir o que no comprendas por qué te ocurren ciertas cosas… es posible combatirlo, pero incluso si no quisieras manejar las turbulencias de este camino y viaje hacia el cambio, recuerda: YO, VOY A ESTAR AQUÍ. Por lo que la paciencia, es clave. 


*Este relato, no suple la terapia que, en realidad, deberías recibir para dar con las herramientas que te proporcionarán los especialistas adecuados. Si  sientes ansiedad, miedo a los espacios abiertos o miedo a tener relaciones sociales ACUDE INMEDIANTEMENTE A UN PROFESIONAL. 

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