¡Hola mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!
David fue un marido pésimo, puede que no un mal padre, un hermano
descuidado, pero lo que no se le podía negar que hacia bien y con entusiasmo, era su labor como camarero.
Divorciado, con dos chiquillos pequeños, una escuela que
pagar y una pensión que pasar. Apenas le quedaba para su divertimento, pero el
trabajo, le animaba más que cualquier otra cosa: el trato con el público, el
saludo, servir, y ver las caras placidas del comensal, eso si que era
placentero para él.
Por otro lado, tenía que lidiar con los horarios enrevesados,
las citas inoportunas, y los gastos imprevistos. Ser padre es mucho más que
pasar un buen rato, y no, no está remunerado.
Aquella mañana, ya había pasado la frenética salida de tener
que vestir a los peques y salir escopeteados hacia el colegio, despedirse en la
entrada del colegio y tener que soportar que ahora, a su hija mayor, ya no le
gustaba que le diera un beso en la mejilla como hacia tan solo un año. Porque a
ver si le van a ver las compañeras. ¿Hasta ahí había llegado? ¿tan deprisa crecían
los niños? Pues nada, que ya no había beso para la mayor pero el peque Anton
sí. Era el ojito derecho de toda la familia, todo cariño y todo abrazos. “Ahora
quieres besos pero pronto ya no los querrás” se decía así mismo. Y con el beso
se despedían.
Sube al coche y va directo al trabajo que ya le esperan para
empezar su turno. Los de siempre, Ana, una mujer casada que es muy cotilla y
Jorge , con el que tantos partidos han compartido de la mano de una cerveza.
Aquella mañana todo iba bien. La clientela habitual hacia su
aparición: Cafés con tostadas para los madrugadores, Café con leche para los
que van con prisa , Cacaolat para los estudiantes y el carajillo de Don Manuel,
un asiduo al bar-restaurante como no los hay.
David observa que, un chico tímido se acerca a el local
mientras mira de un lado para otro, como si le estuvieran siguiendo, pero no le
da mucha importancia hasta que ve como un grupo de chicos mayor que él sale
corriendo en manada y se paran en seco frente al local. Se ha dado cuenta de que
el chico se ha metido en los servicios para intentar dar el esquinazo a esa
banda que se dirigen a él y preguntan por un chico bajito, con libros en una
bolsa, moreno y con gafas. David, se hace el sueco y les dice que no ha visto a
nadie por allí en toda la mañana. Una vez ha visto que se han ido y que no hay
moros en la costa, se ausenta por un momento de su turno, y se dirige a los
servicios para hallar al pequeño.
Pica a la puerta una vez. Pica otra vez. Pero no abre nadie
la puerta hasta que un hilo agudo suelta un “Ocupado” hecho que le hace sonreir
a David, que le asegura que esos matones ya no están cerca, que podía salir sin
problema:
-¿Seguro?-Dice tímidamente con hilo de voz tembloroso
-Puedes estar seguro que no te pasará nada mientras estés
aquí.
Entre abre la puerta con sumo cuidado y asoma una mirada
curiosa pero suspicaz y cuando le vuelve a asegurar de que no hay problema, este
sale, se hecha la mochila a la espalda y sale de allí tan deprisa que no le da
tiempo al camarero ha decir nada. ¿Qué querrían aquellos gorilas de ese pobre
chico?
A la mañana siguiente, la escena se repite de la misma
forma: Salida escopeteados para dejar a los niños en el cole y conducir al
trabajo. Para sorpresa de David, también se repite el incidente del niño que se
escondía de aquellos chicos mayores pero esta vez el chico optó por sentarse al
fondo del local para que no lograran verle. Y así todas las mañanas. Tanto fue
así que los camareros le tomaron especial cariño al muchacho. Todas las mañanas
se pedía un Cacaolat y hundía sus gafas en los libros mientras todos vigilaban
que no le ocurriera nada. A aquellas alturas, todos sabían que aquellos bestias
le habían pegado algo más que una vez y que aquel bar, era su refugio, su
salvación. Por lo que se convirtió pronto, en el niño mimado del bar.
Todos le
conocían y todos sabían que tenía un gran corazón. Hasta que un día Jorge y
David les presentó a sus respectivos hijos con los que llegaron a mantener una especial amistad y tomaban algo en el bar.
Nunca llegaron a conocer a los padres de aquel chaval, no sabían si tenía
familia, hermanos o algo que lo demostrara pues un día dejó de aparecer por el bar
y todos se temieron lo peor.
Pero veinte años más tarde, en el periódico de un bar aparecía
como titular: 'Esos bares refugio.'
Al leer lo que ponía, en seguida supieron que aquel pequeñajo
había montado un bar en Irlanda y que además estaba casado. Contaba la
entrañable amistad en el bar. A todos se les llenó los ojos de lágrimas cuando
una semana después, apareció por allí, en el bar de siempre, con su mujer y una
sonrisa de oreja a oreja. Algunos ya no estaban y los pocos que quedaban,
recordaron aquel día, con los niños, ya mayores, de Jorge y David, con regocijo en los ojos, por aquellos entrañables momentos. Al parecer, al padre le
destinaron a trabajar a otra ciudad, y sin previo aviso, con pesadumbre ,
llanto y mucha morriña, años después montó un bar en memoria de aquellos meses en el bar al
que llamó: “El refugio”.
Aun recuerda David, los llantos de sus chiquillos al no ver aparecer a Marco por el bar en el que trabajó tantos años, pero la vuelta, no solo fue fortuita sino que además, dejó huella en los corazones de los asiduos a un bar que fue el refugio de un niño y ahora lo es al otro lado del mundo para otras personas. Al fin y al cabo, tan mal, no debió de haberlo hecho David.
El refugio es un título perfecto para lo que tratas de expresar a través de tu relato Keren.
ResponderEliminarCada vez son más alarmantes los casos de acoso escolar o laboral.
De hecho, en muchas ocasiones, a falta de un refugio material o en forma de cariño, los acosados no encuentran otra alternativa que atentar contra su propia vida.
Un gran saludo Keren.
Hola Miguel,
EliminarCierto, los casos de acoso escolar y los laborales son cada vez más propensos. Me pregunto si hemos dejado de ser humanos. O es más fácil juzgar que empatizar con el projimo.
De todos modos, esto es una brevisima parte de lo que podría suceder en el caso de un niño. En los adultos los ataques son más duros e hirientes. Pueden, como dices, atentar con la vida de uno pero por eso precisamente, he querido crear este pequeño soplo de aire. Hay gente buena aun en el mundo, cuesta verla. Pero la hay.
Gracias por tu razonamiento.
Saludos!!
Una historia extraordinaria
ResponderEliminarGracias por compartirla
Mucha
gracias Mucha
Eliminar