¡Hola, mis seguidores; lectores habituales y nuevos lectores!
Muchos saben que me gusta participar en retos literarios y este no es menos.
Tenía muchas ganas de escribir este relato.
"Es un payaso con problemas que se repensará si seguir trabajando en la ciudad o no, debido a la vida que lleva; Aunque hace horas extras, tiene un secreto oculto"
Tenía muchas ganas de escribir este relato.
"Es un payaso con problemas que se repensará si seguir trabajando en la ciudad o no, debido a la vida que lleva; Aunque hace horas extras, tiene un secreto oculto"
El payaso acaba de salir del almacén pero cómo no encontraba
la llave llamó a Carol para ver si podía venir a traérselas ya que sin
ellas no podía cambiarse allí:
- —... Oye Carol, es que sino no puedo cambiarme... venga,
hazlo por los niños y porque pueda venir otra mañana más sin tener que molestarte
cada vez. Enróllate…
- —Ya Ricardo, pero es que cómo tú, me llegan los más
jóvenes con la misma excusa. Tenéis que ser más responsables…- pero intervino
el payaso
- —Te prometo que no volverá a ocurrir, Carol.
- —Venga, en dos horas estoy allí.
- — ¿¡En dos horas?!- se sorprendió
- —¿Nos ha salido delicado el niño? ¿Qué quieres? Tengo
una reunión en breve y ya de paso, te paso el nuevo horario.
- —Si no hay remedio…
- —Nos vemos a las cinco.
El payaso que no llevaba ni tan siquiera la cartera porque estaba
en el interior del almacén donde habían improvisado un vestuario, se sentó en
un banco. Vestía un traje verde, con volantes en alrededor del cuello, en las piernas
y en los brazos. Con la cara aun maquillada, se sentó en un banco con lo que nunca
se le olvidaba: Su paquete de tabaco.
Admirando las montañas de Sierra Nevada, la nieve por fin hacía
su aparición a ese invierno que parecía que había decidido comenzar aquella tarde.
A temperaturas que solían rozar bajo cero, se encendió el cigarillo y exhaló la
primera calada, con las miradas expectantes de los transeúntes. Pero no le daba
vergüenza, estaba acostumbrado a que todos en el hospital le miraran y al decir
verdad, vestir de aquella manera tan estrafalaria cómo aterradora, solo le había traído, en los últimos cinco años, la
soledad incomprendida de las citas que los fines de semana se dignaba a tener:
Unas se reían al saber que trabajaba de payaso para un hospital, otras directamente
se inventaban una excusa y le dejaban tirado en el bar, y muchas otras , por Internet,
querían saber demasiado. Se sentía agobiado, cansado y con una solitud que un
payaso no debía mostrar ante aquellos niños de cuidados intensivos.
Se había consolado miles de veces, con la idea que era peor tener
un cáncer y no poder vivir la vida que la vida que llevaba. Al fin y al cabo, el
trabajo le proporcionaba su piso de soltero en una zona mas o menos aceptable y
llegaba medianamente bien a fin de mes. Era cierto que había meses que tenía
que alimentarse de tallarines, pero por ahora, podía estar satisfecho de que,
tenía donde dormir. Pero su pena acrecentaba al darse cuenta de que, los brutos
del salón de juego se la tenían jurada debido a
las apuestas fallidas, y que sumaban tres mil euros que le habían
costado muchas horas extras en el trabajo. Ya solo le quedaba la mitad por saldar y podría
mudarse a otro barrio mejor o tal vez mudarse de ciudad, beber whisky del caro
y aunque no quería, buscar un trabajo a jornada completa lejos de enfermedades…
pero siempre se preguntaba lo mismo “¿Quién va a cuidar a esos niños de la
planta roja?” “Quién hará sonreír y evadirse de su situación?” eran esas mismas
preguntas las que se hacía, mientras seguía sumergido en su cigarrillo expuesto a
las miradas acusadoras de la gente y las burlas de los jóvenes que paseaban
por la ciudad. A Ricardo, eso le daba igual, quien de verdad necesitaba una
sonrisa, eran los niños de la planta roja. Así que no le daba reparo en saludar
con un “Buenas tardes” con la mano en la que sujetaba el cigarrillo.
Aquellas horas eran matadoras mientras esperaba a Carol, la
becaria. Así que, decidió dar una vuelta por el vecindario. Anduvo mirando escaparates. Pasó
una cruce, mientras la gente a su paso sonreía y se decían cosas al oído,
sacaban fotografías y lo subían a la red, hasta que al doblar la esquina… Se
topó con los matones del salón de juego:
- —¡Hombre! ¡¿Mira a quién tenemos aquí…?! Ricardito
Ricardito, no nos has dado nuestro dinerito … - le dieron unos toquecitos en el
hombro al compás de sus palabras
- — ¡Esperad! Hasta la semana que viene, no había
quedado con Toni en darle la última parte, os prometo que … - pero los matones
tenían ganas de juerga
- — Toni está harto de tus largas, así que te vamos
a enseñar a que si juegas demasiado, te puedes quemar.- Dijo mientras sacaba un
encendedor Zippo
- — ¡Chicos! Os prometo que os pagaré. Dádme tiempo...-
se apresuró
- —Tiempo es lo que no tenemos. – y lo agarraron de
piernas y brazos. Lo arrastraron hasta el siguiente callejón y le dieron tantos
golpes que le desquebrajaron a girones la ropa y se le corrió el maquillaje substituido a ahora
por sangre y con tan mala suerte de haberle dejado la cara cómo un mapa, haberle
quemado las palmas de las manos con ese Zippo y haberle arreado golpes en la
pierna derecha. Por suerte, era zurdo y pudo incorporarse del suelo cómo pudo.
Para cuando llegó Carol, Ricardo estaba sentado, o más bien
tirado, en el banco con un gran charco de sangre que emanaba de su boca. Podía sentir
el sabor metálico y el escozor con las caladas del ultimo cigarrillo que había
tenido que pedir a un transeúnte que pasaba cerca del altercado.
Carol le miró de arriba abajo y no le preguntó nada, simplemente le dijo:
- —He pensado en adelantarte tu paga extra. Aquí
tienes el sobre, y … si quieres contarme … - Pero irrumpió
- —Gracias. Esta misma noche me marcho de esta maldita
ciudad.
- —¿Pero … quieres cont … - balbució pero este
cogió las llaves, se cambió, recogió sus cosas y presentó su renuncia esa misma
tarde.
TRES AÑOS DESPUÉS...
Ricardo trabaja en Cádiz, cómo director de una academia de
payasos y a distancia dirige el hospital de Sierra Nevada. Ha saldado su deuda
pero ahora, su vida está tan llena de vida, que no puede dejar de ayudar a todo aquel
que lo necesita. Los carnavales son ahora la mejor excusa para cantarles a los niños
de aquella planta roja; y personalmente, a la vieja usanza. La planta roja, no deja
de recibir payasos dispuestos a repartir la alegría desmedida de los trabajadores
vocacionales.
©️El Rincón de Keren
Estupendo, Keren.
ResponderEliminarFíjate que tras la publicación de "La quimera de Abigail" (por cierto me encanta el diseño de la portada que apreciamos a la derecha) has conseguido realzar tu manera de escribir. Se aprecia muy bien en la inclusión de los diálogos y en la habilidad para incluir las palabras propuestas en el reto. Muy bien hilado, por tanto, y con esa finalización tan redonda con ese epígrafe de tres años después.
Feliz domingo artista.
Muchas gracias por tu aportación y sobre todo por haberte fijado. Un saludo!!!
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