Relato: Madreselva

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 Ana solía cabalgar por los pinares que se extendían al sur del pueblo, se adentraba por los frondosos bosques donde el pensamiento se fundía con un claro que se descubría hasta dejar atrás los árboles y encontrarse con un inmenso prado que albergaba las más exóticas flores entre la maleza del invierno. Pronto llegaría la primavera y traería con ella hortensias, orquídeas y, más allá, seductoras amapolas.

En el pueblo hablaban de ella como “la niña solitaria”; se había ganado ese apodo por hablar con las plantas y animales, correr por los prado y acudir a la plaza de abastos toda desaliñada.

Pero Ana sabía que no era más que el fruto del desconocimiento y la ignorancia.

Los muchachos la miraban e intentaban seducirla, pero no le importaba. No es que ella no se hubiera dado cuenta, es que simplemente no le interesaban los chicos. Algo muy raro siendo ella una adolescente, con la belleza en la piel, rizos como oleajes y sus ojos africanos, que no le bullera la sangre al saberse deseada.

Al pueblo llegaban muchos extranjeros provenientes del mar, pero ninguno había captado nunca su atención hasta un día en que buscaba alfalfa para el ganado y escuchó a un apuesto hombre, de buen porte y vestiduras modernas, mostrarse interesado por los lugares más agrestes y en la vegetación que pudiera albergar.

—¿Está seguro que en los llanos de los alrededores hay fauna y vegetación? Es algo que me interesa mucho.

—Si tanto le interesa la vegetación y la fauna, yo puedo llevarle hasta donde se encuentra —le contestó Ana sin que la pregunta fuera dirigida a ella.

El dependiente sorprendido hizo una mueca de disgusto y se retiró al almacén y con la cabeza baja le murmuró a su mujer: —Ahora ya no es problema nuestro.

El hombre, que no superaba la veintena de años, pero que podría haber pasado por un niño para alguien de mayor edad, intentaba acordar un pago por el servicio que Ana le estaba ofreciendo, pero al escuchar ella la propuesta, muy despreocupada dijo:

—Lo hago con gusto, guárdese su dinero.

Esa misma tarde cogieron una yegua blanca y, guiados por Ana, recorrieron los pinares. El hombre quedó maravillado por la belleza del lugar.

En tan sólo media hora de cabalgata le había mostrado distintos parajes y le había hablado de la ubicación del sol cuando los rociaba con sus rayos. Al siguiente día le habló de las amapolas y las hortensias. En otra de sus salidas conversaron de otras cosas, cosas de ellos, simplemente para pasar el rato. Tres largos meses estuvieron acudiendo al prado y en el transcurso de ese tiempo los sorprendió la primavera; ahora había pájaros, abejas, conejos y todas las bellas flores que con ella llegan.

En una de las expediciones, Ana se puso hablar con la naturaleza, hecho que cautivó al apuesto hombre. Este hallazgo lo hizo llevarse, a su regreso... (...)

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©El Rincón de Keren 

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2 comentarios

  1. Que lenguaje más bonito el que has utilizado Keren. Nos lleva de la manos a una dulce historia que se agradece en el caótico mundo en el cual vivimos. El texto desprende aroma a flores. Muy bonito.
    Buen fin de semana 😊

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    1. Hola!! primero decir que eres de los primeros en utilizar los emoticonos en mi blog( algunos lo habrán utilizado alguna vez pero me ha echo gracia) Segundo, Creo que lo merecía, llevamos un año de pena, y ahora nos confinan , sino podemos ver la naturaleza al menos imaginarla; ya que la naturaleza aporta paz y bienestar, son muchos los beneficios. Y tercero, ,me encanta que tengas esa sensibilidad tuya.

      Muchas gracias por pasarte, me muero de ganas de pasarme por tu blog. A ver qué nos traes. Saludos y feliz fin de semana.

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