Relato: La educación de «Hitler»

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 ¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!

Buenos días, mis queridos lectores habituales y a los nuevos que han llegado a El Rincón de Keren. Este blog es de relatos y acostumbra a tener todo tipo de publicaciones pero si quieres saber de qué va a ir este año, te dejo un aperitivo para que sepas, por si no lo habías visto, que comente en su día AQUÍ. 

BIENVENID@ A MI RINCÓN.


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¿CÓMO COMPRENDER A UNA EDAD TAN TEMPRANA LO QUE ES LA EDUCACIÓN CUANDO VIVES EN UN AMBIENTE TAN HOSTÍL DONDE SOLO POR PERTENECER A UNA MINORÍA, TE MIRAN POR ENCIMA DEL HOMBRO? 

 

No fue porque tuviera unos padres ejemplares, tampoco porque mis profesores me hubiera infundado las mejores prácticas asertivas para relacionarme. Sino la relación que mantenía con un barrio que se caía a trozos, con la pena y la rabia que todos habíamos asumido cómo normal. Para cuando cumpliéramos los dieciséis años, en una comunidad mal vista, a veces repudiada y muchas otras cuestionada por la vida austera que la gran mayoría teníamos, el barrio rugía a hambre, a miseria, pero también a sangre, familiaridad y una vecindad que luchaba por el respeto.

Pasaba de curso y con buenas notas, bien lo sabían mis profesores y mi familia. Más me valía con la de palizas recibías de un padre autoritario, adicto al alcohol donde era la norma en cada familia, donde el que no bebía alcohol, traficaba o con mi edad ya tenía su familia formada. Era lo usual.

Renegados de una vida digna, donde el paro abundaba, ¿Quién podía darnos esperanza donde las familias habían robado para comer o darles un sustento a sus hijos o habían caído en la drogadicción no pudiendo soportar el devenir de la vida que les había tocado ni cómo salir de aquella jungla de asfalto, rodeados de lo único que conocíamos?

Si algo aprendí de mis hermanas, era que, aunque eran muy mal habladas, cuando tenían que hablar con alguien que no era de nuestro entorno, se mostraban muy educadas. Su carácter y comportamiento se amoldaban a las circunstancias. Poco a poco fui adquiriendo esos hábitos hasta que, fueron parte de mí. No seríamos ricos, pero era algo que en nuestra  hermandad considerábamos que era imprescindible. Hasta que al barrio llegó un profesor blanco. Pensé que nos podría aportar más de lo que habíamos aprendido en los últimos años. El bajo presupuesto escolar hacia que se ahorraran el sueldo en maestría, así como juntar clases de distintos niveles para, dicho por los jefes de estudio, socializáramos más.

Le daban importancia a las relaciones sociales, pero pocas veces realizábamos salidas culturales o excursiones. Era evidente que, muchos de nosotros, no hubiéramos pisado la capital de la gran ciudad ni por asomo, por nuestra cuenta o no supiéramos lo que era ir a una obra de teatro, o por el contrario, no supiéramos qué ambiente se respiraba por aquellos lares donde el lujo no estaba a nuestro alcance. Me alentaba con la posibilidad de que con aquel profesor todo fuera diferente, que era proporcional a encontrar por fin un poco de sosiego a nuestras vidas, a darle un aliciente a nuestras vidas costumbristas y cargadas de tragedias. Pero lejos de ser cómo pensaba, aquel forastero se ensañó tanto con nosotros que adoptó varios nombres.  

 No sabía muy bien porqué nosotros, éramos la diversidad en todo su apogeo.

 Un compañero llegó a clase borracho, lo normal, teniendo en cuenta que muchos de ellos, eran agredidos por sus progenitores y lo único que les hacía darle sentido para no sentir el aquel dolor y vacío era neutralizar aquellas emociones. El profesor nos hizo pintar el instituto, luego dio un gran discurso del porqué no debía beber ateniéndolo con el respeto hacia los mayores, eludiendo quizá el verdadero problema de lo que significaba ser alcohólico, ridiculizándole delante de toda la clase con cada uno de los días del curso escolar. Cuando no era eso, nos castigaba con exceso de deberes, algunos lo que hacían era intentar aplicarse, pero después de casi nueve meses, muchos vieron impedidas sus esperanzas de prosperar.

Para el profesorado no era de importancia, pues cobraban lo mismo tanto si nos animaban cómo si no, dependíamos únicamente de nosotros mismos y algunos padres estaban muy ausentes.

 Corría el rumor de que aquel profesor, Amancio se llamaba, iba recibir su merecido. Por suerte aquel episodio en nuestras vidas nunca se dio. Desde ese mismo instante comencé a ser más educada que nunca, aquello me generó un estrés, más del que quisiera, no solo por no hacer que la tomara exclusivamente conmigo y con nuestro grupo pues llegado el momento, a un chico lo castigó en medio de la clase, haciéndole soportar varios libros apilados en cruz sin pantalones formando un corrillo con los pupitres, al tiempo que soltaba sus pequeñas puyas despectivas, sobre porqué todo aquel que no acatara las normas eran la escoria. Aquello desató un gran enfado entre los jóvenes de todas las índoles y etnias. Sin embargo, la mayoría pretendían ir a la universidad. Consideraban que tenían que aguantar lo que hiciera falta para poder acabar el curso con buena nota y librarse por fin de aquel tirano cómo profesor, al que habían apodado como «Hitler».


En varias ocasiones menospreció el esfuerzo de muchas alumnas alegando falta de intelecto pues algunas se trababan al leer en voz alta y proseguía su discurso acusador sin cese alguno. Eso me motivó a seguir leyendo, sobre todo en voz alta. Hasta que llegado mi ultimo año con notas excelentes, en los exámenes finales, llamaron varias veces a mis hermanas para hacerles saber sobre la situación académica. Finalmente, pude averiguar que «Hitler», el profesor, creía que copiaba en los exámenes, debido a mis altas calificaciones. Eso no me acobardó. Seguí dando los buenos días, picando a la puerta del despacho del director cada vez que me reclamaban y no sentándome hasta que me lo concedieran. No hablaba primero si no me daban pie. Escuchaba mucho, para después hablar. Aquello me convirtió no solo en una persona observadora y sagaz. Sino que, pese a que mi profesor la tenía tomada conmigo, aprendiera una gran lección el día de mi graduación.

Antes de que pudieran entregarnos el último examen, «Hitler», se negó a darme las ultimas clases. Ya que participaba en todas y cada una de ellas, nunca faltaba y hacia todas las tareas y ejercicios sin rechistar. Esto, lo tomó cómo un atrevimiento y se obcecó en que quería ser él que capitaneara los finales. Lo peor era que aquel examen contaba como nota final. Dependíamos de ella para poder acceder a la selectividad y luego a la Universidad. Los pocos alumnos que no habían desistido en abandonar los estudios debido a la exigencia de aquel mal hombre sacaban unas notas excelentes, entre ellos, estaba yo. Pero ya os dije que la tenía tomada conmigo. Debido a que no pude recibir mis instrucciones tuve la suerte que, casi cómo si fuera contrabando, me pasaban los apuntes de cada semana así como todo el temario. Fue en ese momento cuando se decidió por unanimidad del profesorado, que yo hiciera el examen apartada del resto de alumnos, y con control, para asegurarse de que no hacía trampa.


LA PASIÓN Y EL ODIO SON HIJOS DE BEBIDAS QUE EMBRIAGAN -Proverbio africano, Burundi.

 

 En la intimidad de mi familia mis hermanas me apremiaron a que accediera hacerlo. Debía demostrar a ese inepto, lo buena que era y salir del lodo con la cabeza bien alta. Así que llegué esa mañana después de haber hincado codos toda aquella semana, porque aquel hombre acostumbraba a hacer exámenes sorpresa, así me lo comunicaron mis compañeros. Hecho que me obligaba a no perder ni un minuto en la dedicación al estudio. Por ello estudiaba cada día.

 Di los buenos días al profesor y a la escolta que custodiaba la entrada y el interior registrándome antes y después del gran momento. Cumplimenté mi examen, lo hice lo mejor que supe y cuando acabé, me despedí y les di las buenas tardes. 

 Había que esperar a que colgaran el listado de las notas globales. Ese mismo día me reuní con mis hermanas mayores en los pasillos del Instituto mientras cogidas de las manos, entre la multitud de estudiantes, rezábamos alguna especie de todo poderoso. Estábamos todas nerviosas sin embargo, la sorpresa fue grata. Tanto que se me cayeron las lágrimas. Había luchado contra viento y marea, me lo habían puesto difícil, muchísimo, pero lo había logrado.


UN TIGRE NO TIENE QUE PROCLAMAR SU FIEREZA-Proverbio Africano. 


Años más tarde en la Universidad comprendí que aquel profesor, me dio un aperitivo de lo que me iba a encontrar en el mundo real, no obstante, aquello no hizo que me achicara así que conseguí acabar mi carrera con muy buena nota y hoy soy lo que menos imaginaba: Profesora.


REFLEXIÓN 

Creo que queda clara la idea.  A veces no es tanto tener razón sino hacer aquello que estás dispuesto luchar para conseguir. El hecho de que la protagonista haya decidido no enzarzarse en algo que habría supuesto una discusión que podría haber acabado peor para ella que para el profesor, nos enseña a ser cautelosos, también, a no dejarnos llevar por la ira. Quizá habéis oído aquello de, cuando estés enfadado cuenta hasta diez. Pues en este caso, cuanto más rabia te de algo rabia, más educada puedes llegar a ser. A sabiendas que esto no quiere decir que seamos falsos con nuestro entorno sino que elijamos correctamente a aquellas personas que nos benefician y con las que no, no vale la pena gastar nuestra salud mental. 

Se suele hacer referencia a aquello que no nos hace bien o que por hache o por be, no nos gusta cómo nos hace sentir. A veces, no es tanto tener razón. Es saber escoger lo momentos y decidir si vale la pena o no, dar explicaciones. Obviamente una acción dice mucho más de nosotros que cualquier palabra ende la elección que nos haga ser fieles a nosotros mismos. 

Aquí encontramos un rechazo a los alumnos, no se cuan cierto puede ser en este año 2021 pero lo que es seguro, es que algunas cosas sí se están dando. El hecho de juntar clases y hacer recortes en profesores dice mucho de nuestra educación pública que para mi, ayuda a que todos los jóvenes que puedan acceder a la formación. 

PUEDES ESTAR EN ACUERDO O EN DESACUERDO, ¿QUÉ OPINAS TÚ? 


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©El Rincón de Keren

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8 comentarios

  1. Salvando las distancias, me recordó a la historia de Andrew Wiggins en "El juego de Ender". Claro está que siempre es erróneo juzgar desde el privilegio, y en este caso el color de piel del profesor nada tiene que ver: su postura no es diferente de la del resto de la sociedad hostil dónde estaba inmerso la protagonista. Pero la enseñanza es válida: no importa lo duro de la situación, la estrella brilla así sea en el fondo de un pozo.
    Tengas buenos días!

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    1. ¡Hola, Alex! quería arrojar un rayito de esperanza. Lo malo es que a veces, los migrantes y afrodescendientes tenemos que luchar contra muchos agentes. Quería con este relato, darle la parte buena de lo malo. A grandes rasgos, de lo malo se puede sacar algo bueno. Me alegra que te hayas pasado por el blog. Gracias, feliz día y mejor semana. Gracias por tu valoración.

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  2. Muy bueno Keren, un relato para reflexionar. Me gustó mucho 👏👏👏♥️

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    1. Hola, Huris!!Mi idea era poder dar precisamente un motivo para reflexionar. Me alegra que te haya gustado tanto cómo para que dejes comentario. Gracias por pasar por mi blog, bienvenid@. Saludos!!

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  3. Soy de los que creen que parte del trabajo pedagógico de un profesor, ya sea de primaria o universitario, consiste en facilitar el aprendizaje para que el alumno, sea quien sea, lo alcance de la mejor manera posible. Todo lo contrario de lo que hace el profesor de tu relato, que es desconfiado y déspota. Profesores hay muchos; que sepan enseñar y estén a la altura de su honrosa profesión, pocos. Claro está que, como la discente de tu relato, cuando tienes la mala suerte de que tu docente sea un subnormal de esos, conviene hacer acopio de resolución y paciencia, y no perder de vista el objetivo: aprobar con nota (y de paso perder de vista a capullos con título que pervierten tan sagrada profesión).

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    1. Hola, Totalmente de acuerdo contigo. Aunque para otros puede ser un gran trauma. Imaginemos pues, el lado contrario, puede joderte la vida para siempre. Sobre todo cuando se es joven. Uno puede tomárselo muy a pecho todo y darle demasiadas vueltas al coco, pasar vergüenza, autoexigirse, querer llegar a la perfección... Ese sería uno del menor de los casos, la otra sería desarrollar algún tipo de patología mental. Está claro que a veces, lo mejor es dejarlo todo en manos del buen hacer de demostrar lo uno vale. Pero otras, es de distinto modo para el que lo sufre. En mi época tanto de primaria, no lo pasé bien y en el Instituto tampoco. Y no fue solo por profesores que hicieron la vista gorda con según qué cosas, también con compañeros que hicieron y deshicieron para decir cualquier barbaridad para quedar por encima. Esto sigue ocurriendo incluso desde parvulario que los niños llegan agredidos a sus casas (no es mi caso) pero si recibía escupitajos, empujones y burlas. Este relato, es una manera de intentar darle al botón de sanar. Por que el agresor a no solo pueden ser los compañeros, te puedes cruzar con alguien incluso en el trabajo y hacerte la vida imposible, o tener un jefe que te tiene esclavizado. Pero la verdad es que no hay una manera correcta de proceder sino que hay que saber que todo pasa si hacemos aquello cómo sentimos y creemos que nos va hacer sentir mejor y no nos arrepentiremos de la situación. Gracias por pasar por el blog.

      Feliz semana.

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  4. Muy buenas enseñanzas en este relato. Te felicito por él. Saludos.

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    1. ¡Hola, Ana! Me alegra que te haya gustado. La dedicación a este relato ha sido un proceso de una semana y varias correcciones en el tiempo. Así que bien. (Tal y cómo dije en mi cuenta de Instagram, les estoy dando reposo a los textos. Pues las prisas no son nada buenas en mi) De nuevo, mil gracias por tomarte tu tiempo para pasar por mi espacio. Feliz Otoño...

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