Relato: El prototipo de historial

 ¡BIENVENIDO A EL RINCÓN DE KEREN!

¡Hola, mis lectores, lectores habituales y nuevos lectores!

Para aquellos que pisan las calles y aunque vivan una situación difícil, sería bueno contemplar otras perspectivas. Otros puntos de vista. Y otras maneras de vivir. Es por ello que hoy os traigo este relato que narra la vida a carne viva. 



RELATO:

 

 Ya hacía un año que vivía en la mina, a cada rato las patrullas venían sonando las sirenas. Aquello era habitual. Los vecinos están acostumbrados a las preguntas y el husmeo de la policía en esta zona. Sin embargo, muchos de nosotros, vamos a la capital para ver que nuestra vida no se cierne estas calles. La gran mayoría, nos hemos criado, de la mano de la mamá de un marroquí, de los consejos de nuestro colega senegalés y nos hemos crecido de las bromas de nuestros amigos Romaní, por la gracia, el poder y la familia que somos, sin embargo, ese día tenía otros planes para la colla.

Ya le venía diciendo a mi hermana menor que no se pusiera esa falda.

—Haz lo que quieras, pero si quieres que Ramón te respete esa no es forma de presentarte a una fiesta… —dije mientras ella resoplaba y se pasaba lo que le decía por un oído y por el otro le salía. Suspiré y le dije que me acompañara al espejo —. Mírate, eres hermosa, no necesitas vestir cómo una buscona, eso es excesivo. Lo que necesitas resaltar es que eres una mujer que es respetable… — hice una pausa y proseguí—: A mi me gustan las chicas que no van buscando al primero que pillan. Soy un chico, Algo sabré, ¿no?

—Carlos… todas mis amigas visten así, si no voy como las demás, si parezco una mosquita muerta, como voy a sobresalir…

—Te equivocas hermanita… — hice una pausa para darle énfasis— si vas como una mosquita muerta, como dices, captarás su atención. — volvió a suspirar agachando los hombros… — Al menos haz la prueba esta tarde. Mira, vamos al centro y él estará con la colla. Vente y lo compruebas, pequeñaja. —Me miró de reojo y concluyó que tenía razón o eso quise creer porque la vi que iba derechita al baño. Acto seguido la vi sacar ropa y me desentendí mirando el televisor.

A los pocos minutos salió con su cabello recogido, unos pantalones de pinza, sus lentes y una camisa que hacia juego con sus zapatos acompañado de una americana que rompía. Estaba preciosa y se lo hice saber. Pensé que era mejor que fuéramos a un restaurante donde ella pudiera demostrar su intelecto, ese que yo conocía y su buen humor además de lo risueña que era.

A las nueve de la noche, los chicos pasaron por nosotros en sus coches. A los oídos de nuestros colegas llegaba la noticia de que, Ramsés había adquirido un Mustang y lo había tuneado, lo habían fotografiado y todos pensaban que era excesivo porque llevaba el volante de oro y el cambio de marcha igual. Pero lo había pagado con su sudor, el del trabajo de lunes a lunes, bien lo sabíamos todos, pero no estábamos dispuestos a no dejar pasar la oportunidad de meternos con él. Hicimos bromas y nos metimos en demasía con él. Reconozco que somos un poco duros… bueno, como diría mi hermanita, unos capullos entre nosotros. Pero qué le vamos a hacer, esto nos ha hecho más fuertes y de esa manera hemos aprendido a no hacer caso de lo que es innecesario. 

Muchos encontraban, mientras hacíamos la rueda de nuevas, que Richard, era gay, yo no quería saber más porque le estaban haciendo la vida imposible en el centro: le escupían, le hacían recoger las colillas de los váteres esparcidos por el váter que de su trabajo como camarero; una vez, le hicieron beberse de golpe una botella de anís del mono para luego bajarle los pantalones habiéndole asegurado que si se lo bebía no le harían nada, pero con aquellos nazis, no había quien les pusiera freno, algo de miedo nos tenían cuando nos veían. Le habíamos dicho a Richard que era gilipollas porque si accedía y pasaba por el aro, ellos se crecían y seguían con sus jugarretas. Admito, que lo que le hace falta a Richard es más cariño y no tanta caña. A veces nos vamos a Port Vell, nos tomamos unos chupitos, paseamos por el maremágnum y allí entre olas y calor, nos confesamos y maldecimos. Pero le aconsejo severamente que ante el grupo actúe como hombre duro y fuerte. Era probable que, siendo negro, homosexual y además marroquí, ya le tuvieran sentenciado, pero yo no quería ser como alguien a quien admiré tanto.

A los pocos minutos apareció Richard con su mochila y su uniforme de trabajo. La verdad es que se estaba trabajando el cuerpo en el gimnasio y se empezaba a notar tan y como se lo habíamos aconsejado. Era nuestro niño mimado.

Luego de recoger a las chicas, partimos para el centro de Barcelona aparcando en el parking donde nos miraron con recelo y temor, aquello era algo normal. Estábamos acostumbrados a miradas sospechosos, a la vigilancia constante por si robábamos algo o a que nos negaran la entrada en cualquier sitio, por nuestras pintas. Aquel día íbamos todos hechos unos pinceles y parecía que no había servido para nada, porque la segurata al ver nuestros coches, imagino que creería que fuéramos mafiosos o algo por el estilo. Pero nos daba igual, mientras no se metieran con nosotros y nos dejarán tranquilos. Si me respetas yo te respetaré a ti, a veces, por mucho dinero que tengas de todo lo que se alardea, se carece. Y la admiración, desde mi punto vista, se esfuma. No importa cuánto dinero tengas, aquí hay chicos, que han comenzado a trabajar a los doce años cargando runas; otros manipulando máquinas como operarios con padres que ahora les dicen tóxicos, tales como padres que se echaban mierdas de las que quieras por un pico; madres obligadas a prostituirse por no encontrar ayuda de ningún tipo; hermanos que tienen tres trabajos, para darles la vida a sus hermanos menores, que sus padres no han tenido la decencia de darles; Padres que pese a la edad que tienen, nunca conseguirán una buena cuota de jubilación porque la edad para ello, no lo permite y mientras, se sigue diciendo que todos somos iguales.

 

Anduvimos animados al calor de una conversación banal, risas y bromas, el cachondeo estaba servido para cuando vimos a Ramón con mi hermana. Todos estaban al tanto de que se gustaban y andaban apostando qué iba suceder. Les había hecho saber que aquello no me gustaba, que se trataba de mi hermana y que si lo volvía a oír era capaz de cargarme al primero que dijera que tal cosa sobre mi hermana. Así que para asegurarme que no hacían llorar a mi hermanita, propuse una apuesta sana, sea lo que sea sano una apuesta en la que se apuesta con una cena en el mejor restaurante de la ciudad. Estaba a punto de cobrar mi premio.

Mi hermana y Ramón comenzarían a salir y todos cerrarían su boquita sobre qué era mejor para ella. Lo que tenía que hacer era simple, dejar que fuera ella, ella misma.

 

Anduvimos por las serpenteantes calles hasta que al llegar al final de plaza Catalunya una patrulla nos paró. Como buenos hijos de inmigrantes, todos llevábamos lo indispensable: nuestro color distintivo que no pasaba desapercibido, nuestras novias y lo que nadie podría dejar nunca, el DNI. A lo largo de nuestra vida, ya nos había costado demasiado demostrar que, éramos españoles, pero para los que veníamos de fuera y estábamos en regla gracias al amigo de un amigo que se había preocupado por nuestro trasero, pese haber pasado la reticencia de las reglas institucionales para poder tener la nacionalidad, seguían parándonos.

—documentación y contra la pared— comenzaron a farfullar y a quejarse —Ya sabéis como va esto, así que venga…

—De acuerdo, este grupo puede irse— era el grupo de Ramón, se marcharon a fin de no poner más leña al fuego, vi el rostro de mi hermanita, le dolió que no se quedara para preocuparse por su situación

—Vosotros… cuanto hace que no habéis renovado el DNI... Aparecéis en el historial como el perfil que encaja… — veía que trataban de soltar alguna palabrota, pero con la mirada les dije todo y cogieron aire.

Finalmente, los policías decidieron dejarlo estar al no encontrar nada, pero no llevábamos ni tres manzanas que montones de patrullas nos acorralaron, nuestros colegas ya habían dado el aviso y venían a lo lejos; una multitud de camaradas que venían a hacer piña. Lejos de amedrentarse los policías, no teníamos otra que esperar a los que antes ya nos habían parado mientras los veíamos como cada vez más cerca a nuestros amigos… la brigada policial trató de pedir refuerzos, pero al ver que éramos demasiados, la policía, se marchó por patas. Sabíamos que lo pagaríamos caro.

Nos comentan que había habido un chivatazo sobre nuestros pasos. Aquellos malditos nazis estaban dando guerra a un grupo de inmigrantes y el ánimo estaba caldeado, todos querían por fin plantarles cara y acabar con todo. Al final todo se convertía en una guerra de bandos y yo lo sabía. Dudé por un minuto en si ir. Mi hermana me miraba asustada, y yo negué con la cabeza. Hice todo lo que pude por persuadir al grupo, advertirles que me olía a emboscada, pero nadie me hizo caso, solo Richard decidió en el último momento que se iba y algunos chicos que iban conmigo desde críos al cole vinieron con nosotros. algunos llamaron cobardes y marchamos con la mala sangre de que iba ocurrir algo terrible.

A la mañana siguiente las primeras noticias televisivas anunciaban la muerte de gran parte de nuestros compañeros y el arresto de los pocos que sobrevivieron sin posibilidad de fianza. De los nazis, apenas dijeron que aquello era una guerra entre minorías. Lo peor de todo, es que Richard impulsado por el odio y el respaldo de los colegas, se envalentonó y falleció a la edad de diez y nueve años.

¿Qué hubiera pasado si hubiera ido?

Fin. 

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©El Rincón de Keren 

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