Mamá África | blog literario ( Relato)

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La guerra había acabado, y estaba preparada para lo siguiente. ¿Podría mantener a ralla a los agujeros negros? 

Tras las luchas que hubo en el reino izquierdo y derecho, nada podía persuadir que no volviera a darse otra. 

Entre los recovecos de su alma, lo único en lo que podía confíar era en su corazón. 
Pues nunca se lo podía quitar la razón ni la verdad. 

Recorrió conductos llenos de sombras, para llegar a casa, en esos bosques de negrura, diferentes animas revoloteaban sin cesar. Eran gusanos kilométricos que devoraban todo a su paso. Así fue como la reina Akshta decidió que después de cada celebración, del anual paso de año, para que los entes que habitaban en el más allá les dejarán en paz y fueran allá a donde quisieran sin perturbar la calma de los vivos, echar , tras el festejo, bebidas alcoholicas, en el suelo. Por qué la tierra late, nos guía y la dañamos mientras la pisamos «Deberiamos ser dichosos por poder con la gracia de la tierra, pisar este mundo », recordaba Yeye, las palabras de Akshta. 

Yeye, ya luchó contra uno de los espíritus malignos. 

Recordaba, como los gusanos la envolvían mediante una serie de vibraciones que la mantenían en un estado catatónico que hacía que pudiera oír todos y cada uno de los sonidos a su alrededor incluido el de su latido. Así fue , mediante su hacha de guerra y su intuición , esa del corazón y los recuerdos de chús, su mejor amigo. Qué el amor brotó y germinó Araya. 

La naturaleza volvió a refulgir para el pueblo, las gentes volvieron a confiar en sus dioses y deidades; para cuando salió curada de sus heridas del gran baobab sagrado su mente que aún no confiaba demasiado en los logros conseguidos, dedujo que le quedaba una herida muy grande que aún debía sanar. 

A su mente, los recuerdos de niñez hacían que las vibraciones del corazón tocaran un latido de más. Chús, Ngaya y Etari, sus fieles amigos, ya no estaban con ella. Por eso, a la llegada del cenit siempre encendía un vela con una plegaria que rezaba lo mismo «Donde quiera que estéis, fortuna» El triple latido. Sabía que era y qué quería decir pero no lo queria atestiguar. 

¡No era posible! Volvía a sufrir convulsiones. Y todo, una vez más, se tenía que resolver ante el gran sagrado. 
El médico que la curó por primera vez y que la vio nacer. 

Tras largas esperas, la Princesa Yeye tomó la decisión de dar caza a Ngaya para que pudiera cuidar del pueblo. Pues a ella, ya no le quedaba más por dar. O eso pensaba. 

En su camino, al destierro al oeste de la isla, tuvo que luchar contra los zarzales neuróticos que provocaban calambres. Atravesó un desierto de sal que cantaba canciones de muerte y Gloria, y tuvo que arrodillarse ante Mamá África para despojarse de su linaje. Tras esta dura batalla, emprendió su camino hacia el Mediterráneo. 

Sabía que encontraría seres pálidos. Se decía que succionaba la energía y que tarde o temprano te volvías uno de ellos. El triple corazón, dio un vuelco al llegar a Terraco. Sólo podía significar una cosa. ¿Cómo podía ser? Ngaya estaba en el lugar. Sólo al ir al lugar de culto y consultar con los dioses. Supo, que era cierto. Se hallaba en una taberna y cuando la descubrió no lo pudo creer. Su rostro había palidecido, su cabello se mostraba liso y quemado, ataviada con ropa minúscula, sus movimientos no eran africanos. Aquellos que andaban erguidos, con la cabeza alta y el mentón orgulloso. En en ella, sus corazón tripleaba débilmente. Pero no le hizo falta decir nada a Yeye, Ngaya se dio cuenta que estaba allí y supo porqué.

Se negaba a ocupar el trono. En cambio su vida sórdida Yeye se la echaba en cara. 

-Si vas a desperdiciar una vida de paz y orgullo, es que realmente no mereces ser reina. 

Conviviendo en un minúsculo piso de un único dormitorio, no les quedaba más remedio que dormir juntas. Pero no durmieron quedaron conectadas por el pensamiento, donde una guerra de reproches se disputaba. Ngaya lloró, Yeye, fiel a su cabra, se mostró dura y con el corazón de hielo: Ngaya no puedo negarlo. Debia volver al poblado. 

Y cómo sabía que podría ser una excusa. Yeye la acompañó. 

En la entrada al bosque, Mamá África les esperaba al otro lado un pueblo sediento de un reino en paz, esperaba impaciente. Pero antes, Ngaya tendría que superar las pruebas del bosque, los gusanos , los desiertos de sal y el caos ente. 

No había perdído la forma, era una buena guerra. 

En cambio, creyendo que ocuparía un puesto haciendo de este pueblo un reino de paz... 

Veinte años pues... 

Sus gentes ya ataviaban sus vestidos típicos, no andaban con orgullo ni acudía a las ceremonias ancestrales, pocos se quedaron debido al poco cuidado de la naturaleza de Ngaya ahora, todos, estaban palidecidos. Eran uno de ellos. 

Yeye, hincó su hacha de guerra y desgarró

¡DESPIERTA MAMÁ ÁFRICA! 

la red neuronal que desató hizo desvanecerse al suelo a Yeye, y allí en su cerebro, otra batalla más se libró. 

Al despertar ligada a múltiples cables, Miró el móvil, sus amigos estaban de fiesta, su madre estaba delicada y su hermano, había perdido las formas acudiendo a infinidad de planes... No autorizados para menores. 

«Si todo ha sido un sueño... ¿Qué nos queda?»

Un luz bruñida resaltó en el cristal del hospital para acudir a su mente. 

«Eres porque somos. Lo importante es lo que hay en tu raíz y tú corazón»


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