¡BIENVENIDAS Y BIENVENIDOS AL RINCÓN DE KEREN!
¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!
fto. Luca Nardone |
Yo era el mayor de siete hermanos, el más pequeño de todos. En cambio, habíamos llegado a una época en la que ni tan pequeños ni tan grandes. A mis veinte años había conocido gracias a la humildad de mi hermano mayor con las mujeres, qué era lo que “necesitaban” las mujeres. Lejos de ser el que peor iba a quedar en la familia, debido a que Arnau andaba siempre pidiendo perdón por todo, mis otros tantos hermanos eran caballerosos por el simple mero hecho de la educación que habíamos recibido; solía observar en mis ratos de recreo, a Julio. Se las llevaba a todas de calle y siempre sin ensuciarse las manos, había escuchado hasta la última lamentación de una chica solo para llevarla al catre y luego, le hacia creer que se iba del país para meses después confesar que ya no sentía nada, entonces se enfriaba la cosa, aparecía un esquié y se enamoraba del feo. Así con cada mujer que encontraba. Todas sabían muy bien cómo se las gastaba, pero misteriosamente, sabía qué palabras decir, que tecla tocar para que ellas accedieran, y desde el plantón de María, supe que no iba a volver a tener la autoestima tan alta o eso creía yo.
Un día yo estaba apoyado en mi scooter y merendando, sin meterme con nadie. Si algo sabía hacer muy bien, era pasar desapercibido. Las chicas solían pasar por mi lado y cuchichear algo. A estas alturas, ya sabía qué debía ser lo que decían, que era un tipo raro. O qué se yo, un tipo extraordinario, ¿Quién sabe? Pero aquello era imposible, nunca me habían hecho llegar sus impresiones a cerca de lo que sentían por mí. Y yo, sin querer saberlo ni querer descifrar el misterio. Me mantenía en una situación de homeostasis, ni ellas preguntaban ni yo quería saber porqué no lo hacían. Tal día, se acercó Julio con un chica, mientras la cogía de la mano mientras soltaba su sarta de mentiras, me guiñó un ojo en un sollozo de la muchacha que no debía tener más de o diez y ocho años o diez y nueve. Se puso justo a mi lado y supe por su expresión corporal que quería que le siguiera el rollo, no solo por el guiño. Fue en ese momento que acabé citado con una de las chicas más guapas del barrio y con mejor reputación, vamos, que no se había acostado con nadie. Y para agradecerme que le siguiera la veta, me invitó a una cerveza y luego dimos un paseo por el río.
―Y tú… ¡Quita ese aire pusilánime de mi vista cuando estemos con otra chica! - quedé perplejo
No había concluido siquiera la cita concertada y ya estaba pensando en otra. ¡Este tío era un genio!
―¿Otra cita?, pero si no he quedado con Priscila, Julio. Pero bueno, que quieres decir con ese aire pusilánime. - Quise saber
-Pues que mírate, chico, más de alguna chica me ha expresado que eres misterioso y me las he tenido que ingeniar para llevármelas. Por eso y porque mírate, joder, estás buenísimo. Hasta yo te llevaría a la cama. Apestas a latin lover. ¡Sácale provecho! Pero en cambio vas como alma en pena, pidiendo perdón por todo…
-Eso no es verdad…
-Mira tu reflejo, cabrón.
Me observé pese a que, no tenia una percepción de mismo, ni bueno ni malo, simplemente no miraba mi reflejo. Lo hice en rio: Nariz sexy, pómulos levemente pronunciados, ojos miel, cabello rizado, cuerpo escultural, fibrado y con un pectoral que debido a hacer largas caminatas por no disponer de la scooter siempre, ya que éramos una familia de clase baja, había creado el hábito de un ejercitado cuerpo, casi sin quererlo. ¿Me quedarían bien las camisetas abiertas cómo las de Julio? ¿Luciría bien con una cadena? ¿Perfume Gucci? La verdad es que estaba para comerme y durante los próximos meses Julio se encargó de recordármelo casi antes de casa tapadera. Así fue como un día, pasados los años Julio desapareció no sin antes haberme enseñado sus artes del engaño.
Me enamoré por completo de mis citas, pero mucho más de mi reflejo, de mi reflejo, mi semblante y mi apariencia y astucia para conseguir aquello que me proponía: Supe como convencer a una mujer casada para que se divorciara de su marido y luego, puede que algo más duro que mi mentor, las despachaba alegando que no eran lo suficientemente mujeres como para cubrir mis necesidades, A otras, las engañaba fácilmente para que se escaparan de casa de sus maridos, novios o padres y conseguir así mi objetivo, no me importaba cuales serían las consecuencias y fue precisamente lo que me hizo caer en la boca del lobo.
Aquella noche en la discoteca, no contaba con que, Loli, estaría allí. Ella… no era cómo las demás, vestía siempre de cuero, llevaba el cabello corto, nunca establecía más de dos días viéndose con un hombre y no entendía porqué, cualquier hombre estaría dispuesto a ser su marido si ella quisiera. Esa noche, no dejó de mirarme. Establecimos contacto hasta que me armé de valor recordando que no me iba a enamorar. Pedí una copa para ella y añadí:
―Se de que palo vas – susurré para ver su reacción
―¿Ah sí? - cogió la copa y me la echó en la bragueta mientras se contoneaba con sus caderas y esos pantalones hiper ajustados alejándose de mí con suficiencia
Aquello me desconcertó. Pensé que tal vez se hacía la dura. Pero ni por asomo caí en la cuenta de que ella ya me tenía calado, era ella la que sabía de que palo iba yo y jugaba con ventaja. Una ventaja que no supe ver a tiempo. Por que me pasé toda la noche buscándola y cuando por fin la encuentro estaba en la sala de arriba observándome. ¡Mierda, se ha dado cuenta! Mi error fue salir del local avergonzado por mi poca astucia.
En los próximos días me dediqué a saca información a todas las vecinas. Entre medias supe que nadie sabía o no querían hablar de aquella chica. ¿Era un pacto entre mujeres? Estaba obsesionado por ir un paso por delante para llevar a cabo mi cometido y demostrarme que no había perdido habilidades. Pasaron dos semanas, fui al mismo local; tres semanas los mismos lugares a donde iban todas las chicas del barrio, tiendas, peluquerías restaurantes … no la encontraba. No sabía que ella ya sabía todo eso. Era obvio que las noticias volaban. La noticia, de que llevaba tres semanas sin cazar y de que era probable que me hubiera enamorado. ¿Era verdad? Deseché toda idea absurda sobre aquella absurda chica y preparé mi gran noche del sábado, ella se lo perdía. Iba a salir de zona, me fui a la capital, lo que significaba más mercancía, mejores chicas, mejor plan. Ni fue tan bueno ni conseguí algo.
―¿Maldita sea, tío, Céntrate! - me dije mientras saboreaba primero un whisky y poco después lo engullía cómo un cuarentón de taberna, solo que tan solo tenía, veintiséis años. Sí, me había pasado gran parte de mi vida sin dedicar a nada provechoso mi vida, claramente, comenzaba a flaquear y entonces me la encontré mientras salía del local de regreso a casa.
―¡Hombre! ¿No has tenido suficiente? - Se despidió de su acompañante y anduvo sola bajo las farolas de una ciudad que la iluminaban su cuerpo resplandeciente tostado y de cabello rizado, era africana. Bueno no sabía si por el simple mero hecho de ser negra lo sabía pero ahí, al verla tan guapa, olvidé mi reputación, qué había hecho y qué quería hacer, tenía que saber más de ella y corrí tras ella. Era mi oportunidad.
―Oye, no nos han pre pre presentado… - la boca la tenía pastosa y apenas podía articular de pronto de los nervios- Mi nombre …
―No me interesa tu nombre. ¿Qué haces esta noche?
―Yyyo yo yo… ¿a donde quieres ir?
― Estoy aburrida, vamos a un sitio que me encanta. - Asentí sin pensar que pasaría a partir de esa noche
Esa noche acampamos en un cementerio, con un botella de vino, cartas y un pastel de marihuana. Reconozco que siempre me había mantenido al margen de las drogas, sobre todo para recordar cada cosa que manipulaba a la hora de engatusar a mi victima pero me observó con cara de “vamos, cobarde, demuestra que eres un hombre” y me dejé llevar. No pasó nada especial, a parte de escuchar el sonido de los búhos, ruidos extraños que parecían no causarle ningún repelús. Estaba cagado de miedo, no solo por los ruidos sino por el allanamiento a altas horas de la madrugada. Y sin embargo ahí estaba bobalicón. Descubrí que era empresaria con tan solo veinte y nueve años. Era lista de remate, sabía lo que quería y tenía un humor muy agradable aunque en cuanto a gustos, debo decir que discrepo. En ese momento, pasó mi vida por mis ojos. ¿A qué dedicado mi vida durante todo este tiempo? Realmente pensé que tenía que llegar a casa y comenzar cuanto antes algún curso de formación, encontrar trabajo, irnos a vivir juntos y protegerla de los daños del mundo. Aunque tal y cómo pintaba la cosa aquella noche, ella tendría que protegerme a mí.
A la mañana siguiente, no estaba. Me había dejado allí antes el guarda que avisó mientras dormía a la policía: ciento cincuenta euros de multa y una amonestación. Estaba cabreado. Pensé que cuando la viera le pediría explicaciones pero ni siquiera tenía su numero. Así que, comencé a idear la manera de volver a coincidir yendo a los locales más conocidos de la capital. Sin suerte, acababa borracho como una cuba, y sin dinero para la semana, tenía que robarle a mi padre de los ahorros y así fue como una noche más decidí que ya no quería ser aquella persona que estaba enganchado a una noche o día de sexo. Haría las cosas bien con esa chica.
Sin entusiasmo en la posibilidad de volver a verla, comencé a labrarme una nueva identidad. Quería ser el tipo de hombre del que no huye, hasta cambié de vestuario y de perfume. Solo por ella. Leía libros de Terror, por ella. Buscaba información sobre criminalidad, necrofilia, casos escabrosos y hasta me había aficionado al misterio y reflexión de Iker Jiménez. En seis meses, había acabado mi formación, y comenzaba a hacer practicas en una comisaria como criminólogo. Claro estaba que aquello no acababa con las practicas, luego tendría que hacer, la fastidiosa prueba física y no entendía para qué si iba a estar delante de un ordenador. En mi perseverancia en que viera un hombre ejemplar de mí. Tres meses después más los restantes a un año, para entrar en la academia de policía, decidí, con el título, intentar encontrarla. Sabía que trabajaba en una empresa tecnológica, y trabajando en comisaría, tendría acceso a esa información. Pero sin un nombre … eran miles y millones de personas en todo el mundo. Por eso estaba decidido a encontrarla otra noche más de fiesta pero sin beber alcohol. Hecho que no fue del todo así porque harto de esperar y de que varias mujeres me tiraran la caña y las rechazara a mala gana, a la salida de la discoteca la reconocí, iba con un vestido de invierno una chaqueta de cuero. Lo supe porque la invité a un restaurante de la zona y allí fui directo. Quería saberlo todo sobre ella, no me dejé ningún detalle una vez archivado la información fuimos a su casa. Cosa que me sorprendió.
― Ponte cómodo – ahora no sabía cómo actuar. Era cierto que Julio me llamaba latin lover, pero llevaba un año sin acostarme con nadie y me sentía cómo pez fuera del agua. Estaba nervioso. Entonces fui al baño, me dije una palabras y supe que esta era mi oportunidad.
―Yo la hice gozar, la llevé al éxtasis, se retorcía de placer… la besaba y se mordía el labio cuando iba a llegar al orgasmo… Cuando acabamos, la miré a los ojos y sin pensarlo le apostille.
―¡CASATE CONMIGO! -Ella se sorprendió y hasta yo me sorprendía por mis palabras…
―Es mejor que te vayas…
―Qué te vayas.
No insistí, no tuve la última palabra, no intenté que entrara en razón. No me inmute hasta llegar a mi apartamento. El que me había comprado con el sueldo de criminólogo. ¡Por Dios, pero…! ¡Pero si hemos hecho el amor! Lo supe mientras veía esa película que me dejó suspendido en una divagación de insomnio… Perdona si te llamo amor.
Nunca más supe de ella hasta un día buscando en los archivos policiales supe que estaba viviendo en el extranjero y que el tiempo que estuvo aquí, fue meramente vacacional. Solo fui algo circunstancial. Alguien que pasa por aquí, y si te he visto… No me acuerdo.
©El Rincón de Keren