¡BIENVENIDOS Y BIENVENIDAS!
¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!
Es lunes otra vez y nada es tan
gratificante como pasarse el domingo tirado en el sofá viendo películas en
Netflix, no haciendo nada y recordando a última instancia, las ganas de viajar
o de perderse por ahí para aquellos a los que nos gusta ir de acá para allá. En
cambio, los domingos suelen ser la antesala de una semana que se augura movida
por el alentar de la productividad, porque seamos sinceros, sin poder pagar
esas facturas que paguen no solo el streaming en películas, sino las facturas
varias propias de una casa, los imprevistos que vienen cargados de dinero que
en teoría deberíamos disponer para esas salidas airosas de las que podrían
prometernos que acabaremos el mes bien, y suerte que vivimos mensualmente, en
algunos países esto no se contempla y aun así, aquí, en la era del primer mundo
seguimos teniendo para esa cerveza en el bar, esa salida que ‘nos lo merecemos’
porque… ‘para eso trabajo’ y luego, ese paquete que llega como si fuera lo más
necesario en nuestras vidas. Para qué vamos a engañarnos, nos gusta gastar, y
lo vemos en cada pequeño acto que cometemos como de si de un asesinato se nos
lo planteara en cada maldita factura reflejada en los movimientos del banco.
Nada es igual, cuando supuestamente te sobra el dinero. O bueno, quiero creer que
es así, porque con mi sueldo de columnista, es posible que más que ganar dinero
multiplicado, me toque sin dicha ni gloria, ser solo un mortal más, que intenta
sobrevivir en la jungla de asfalto. Esa que cambiaríamos por una casa a las
afueras en una casita apartada de la madre de Dios y con un silencio sepulcro
que nos haría los más dichosos. Pero estamos a lunes y yo, solo quiero no tener
que recordar las múltiples combinaciones de transporte público que hago para
llegar a mi trabajo.
Son las siete de la mañana, ya me
he acicalado, me he puesto mi ropa de trabajo. Nada especial, unos pantalones
de pinza y un jersey de cuello alto con mi abrigo que hace un frio que corta la
circulación. Algunos dicen que es cosa del cambio climático, yo lo que espero que
es que, gracias a este cambio tan fresquito, por ser fino, el verano sea del
todo apaciguador porque no hay nada más pegajoso que un verano sudado,
impertinente y chorreando cual cerdos si cabe. Algunos hablan de invierno y el
gusto por el calor, y otros del verano, con el gusto del frío. A mi me da
igual, yo lo que quiero es estar tranquilo sin tanta perturbación climática que
le hace a uno no saber qué ponerse o dejar de ponerse. Y ahí voy yo, medio
atolondrado, que tras los veinte minutos de espera llega el bus como siempre,
un rebaño de gente sube al interior y se oyen las primeras palabras del día.
Que si hace frío, que este año hace mucho más frio que otros anteriores, o que
han tenido que pagar cuantiosa suma de gas natural y conversaciones varias que
se aglomeran en el cerebro mientras yo silencioso, saco mi bonobús , paso la
tarjeta por la maquina y busco un lugar para sentarme.
Después del despliegue de zombis
que suben sin cesar al bus, todos vamos a lo mismo, a facturar y a intentar
llegar al viernes, si se puede, lo menos cansados posible, o lo que es lo
mismo, vivos.
Al vehículo sube una mujer
destartalada, con el cabello desaliñado y con imagen de que no se ha duchado en
varios días. Pero las miradas extrañamente van dirigidas hacia a mí, y alguien
sin pensarlo demasiado, abre la ventana acompañada de un suspiro, o lo que
fuere porque ahí no se puede respirar ya. Los murmuros se hacen eco de una
estancia en movimiento que hacen los minutos de antes de llegar a la estación
de metro, los más tortuosos, si lo que esperaba esa mujer, era matarnos por
inhalación, lo había conseguido. Pero no, en el bus solo se comentaba el hecho
de que yo, en primera fila donde la puerta de salida, donde me había situado, algo
sucedía; porque salir con el tumulto de gente es más fácil, rápido y no me
agobio. Por eso estaba ahí. Podía dar bocanadas de aire cuando estas se abrían debido
al fétido olor, y sin embargo, el pringado de turno ya murmuraba “Qué tufo que
hace este negro”, todos sabían de donde venía el olor, bueno, era innegable que
al pasar por su lado, el de la mujer, uno no quedara noqueado al percibir el
aroma de aquella mujer. Y las miradas cómplices y los insultos al salir del
bus, no solo apremiaron a los más tímidos a acusarme con una mirada que acuchillaba.
A mi lado, no había nadie sentado, era ya de costumbre ir solo muy a pesar de
que, el vehículo iba de bote en bote. Al principio me sorprendía, pero con el
tiempo, me enervaba y muy al final de mis tropecientos viajes, estiraba la mano
para poder poner la mochila, y sentarme lo más ancho que podía. A ver, yo no
tenía la culpa de que, no quisieran sentarse si preferían ir de pie. A fin de
cuentas, los asientos están hechos para descansar las piernas, la espalda y no
sufrir largos trayectos cargándolos. Pero lo de aquella mujer se pasaba de
rosca. Todos sabían muy bien a qué iban y qué querían conseguir. Trágicamente,
como llevo hablando de los asesinatos, ese suceso fue culpable y cómplice de que
mi vida pase de acá para allá con la mundana situación de un hombre al que se
le denota en un semblante duro, de difícil hacer sonreír y en muchos casos
inconsciente cara de cabreo. Porque… a ver quién es el guapo que le dice a la
señora fétida, que, por favor, haga algo con el olor corporal que habita en ella
a humanidad, que es más fácil en tanto que estamos acostumbrados a ser los
mismos, con las mismas motivaciones que cualquiera en el día a día, o incluso
de un fin de semana, que hoy, soy culpable de haber escogido este día para ir en
bus.
¿Fin?
©El Rincón de Keren
Esas personas malolientes condicionan todo su entorno. Las hay aún peores, que se rocían con productos que resultan ser agresiones olfativas, que van más allá de la típica peste de quién lleva semanas sin entrar en contacto con agua jabonosa.
ResponderEliminarHola, Cabrónidas!! No creo que sea cosa de un tipo de persona especifíca. teniendo en cuenta que el olor corporal es cosa de todos no solo de unos, más bien, es cosa de entender por lo que pasa uno o cada uno. Es más, en pandemia muchos podríamos haber hablado de esto mismo. En cada caso, será de una manera o de otra, según la visión de cada uno. Por ejemplo, no se contempla la vivencia de la persona maloliente, es por eso, ¿alguien podria ser juzgado por ello sin saber sus problemas?
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