¡BIENVENIDOS Y BIENVENIDAS!
Abuela, ¿qué es el espíritu
navideño?
Vivían
en un futuro. El planeta Tierra había cambiado mucho.
“Pues ya
casi no me acuerdo,” replicó la abuela a sus dos nietas. “¿Y de dónde habéis
sacado eso, el espíritu navideño?”
“Abuela,
salió en el canal Tradiciones Humanas,” contestaron las dos niñas casi al
unísono.
Vivían
en el planeta Dorado. Así llamaban a Tierra. Había sequía, faltaba agua y el oxígeno
se aproximaba a sus niveles más bajos. Eran tiempos precarios. Las personas humanas
eran casi cibernéticas, y cuando podían, porque era un bien caro, usaban máscaras
metálicas, pulmones alternativos, y de vez en cuando, si se presentaba la
oportunidad asequible solo a una minoría, volaban y se establecían en las
colonias crecientes de Marte.
“¿De
verdad? ¿Tradiciones Humanas? ¡Ah!”
A la
abuela ya nada le asombraba. Con sus casi doscientos años de edad… porque los
humanos vivían más con las tecnologías de los tiempos y las nuevas medicinas…
con todos los meses y las apuestas de soles en los horizontes… ella se ajustaba
a los cambios. Retenía a su memoria como un tesoro. Por los territorios nuevos
y los desiertos, se compartían documentales grabados y compuestos por la
inteligencia artificial, porque a aquellos humanos en tránsitos y
transformaciones adaptativas, les gustaba rememorar. Era como un hobby o una
afición dedicarle tiempo a la vida pasada, y pensar en lo bueno que era tener oxígeno
limpio, y árboles, y agua fresca… El rememorar beneficiaba la salud mental y
los poderes cognitivos, se decía. Pero la abuela sabía muy bien que el ser
humano seguía casi igual, con la misma terquedad, peleando y causando guerra y
divisiones y sin pensar en que la paz es un instrumento clave para la
supervivencia. Ese futuro en el que vivían, era casi sintético. Los humanos no habían
aprendido a practicar la paz. Lo que sí sabían era explotar y producir con la
energía de la estrella Sol, mientras se buscaban alternativas en los planetas
del sistema solar y en los exoplanetas, y en el más allá.
“¿Qué
es?” las niñas se impacientaban.
“¿Pero
no lo explicaban en el documental?”
“Siiii… pero…”
“Pero ¿qué?”
A una de
las niñas casi le costaba decirlo.
“Díselo,
venga…” le decía su hermanita mientras le tocaba con el codo.
La
abuela se cruzó de brazos.
“Que
queremos que nos lo cuentes tú,” dijeron las dos a la vez.
La
abuela sonrió. Esos eran sus mejores momentos, y se daba cuenta de que eran
bendiciones estas nietas, las descendencias. A pesar de las precariedades de
los tiempos, ella se sentía agradecida, y deseaba lo mejor para ellas.
“Abuela,
¿nos lo vas a contar?”
“Sí. El espíritu
navideño,” comenzaba mientras se acomodaba en el suelo, sobre las mantas
tendidas junto a un fuego, en el centro de la cúpula sellada que compartían con
la madre y el padre de las niñas, y la familia de su segunda hija.
“No
recuerdo mucho, pero lo que sí os puedo contar es...”
Eran las
horas del contar, en realidad, como siempre se hacía en los territorios del
Desierto Rojo, y en las crecientes colonias de las cúpulas, arquitectura que protegía
de la radiación tan esparcida debido a las transformaciones estratosféricas, y
desde donde las abuelas podían compartirse entre las comunidades y las familias
para que las descendencias aprendieran porque hacía falta. Ya había pasado
mucho desde que llegaron las sequías y el calentamiento del planeta, y ellas,
las abuelas, sabían algo y compartían porque su mente recordaba lo verde, la
vida de los árboles y las plantas, el agua de los ríos y las brisas amigas de
las montañas que las vieron nacer y crecer.
“Lo que
sí os puedo contar es que una vez me encontré con el espíritu navideño.”
“¿Es un
espíritu?” preguntaron las niñas atentas.
“Sí, y
un estado del alma.”
“¡Ahhh!,”
se maravillaron las niñas.
“Yo no
creía mucho en las navidades, o en festividades cristianas. Existían muchas
otras festividades humanas, que persisten ahora, de forma diferente, y que se
iniciaron para celebrar lo santo o glorioso, o inspirador, que se convierte en
religión, en formas de vida y de fe, y de espiritualidad. Todas estas
festividades comenzaron hace mucho tiempo y después, en muchos países, porque así
se llamaban antes lo que llamamos ahora los territorios, países…
“¡Ahhh!,”
las niñas no podían imaginarse aquello.
“Pues,
decía que, en muchos países, las navidades pasaron a ser parte de algo
diferente, variaciones, y a veces ligadas al comercio, y a la oportunidad
económica, hasta llegar a ser capitalismo, esa filosofía y práctica de la que
tanto se ha hablado y que aún existe en nuestros días, la época de los descubrimientos
de los exoplanetas con dos lunas y tres soles.”
“Si, si,
abuela, el capitalismo, a veces práctica costosa por la explotación de los recursos
de Madre Tierra, el nombre más antiguo de nuestro planeta Dorado,” comentó una
niña.
“Si, si,
abuela, los exoplanetas con dos lunas y tres soles, como Furoe, en las
constelaciones de Sura y Operon, y Exo-345, en la Galaxia de los Mares…,”
comentó la otra niña.
“Bien,
niñas, bien, pues decía que yo vivía mi vida con las festividades de los
humanos a mi lado, como las mismas navidades, pero en un momento sí pude
percibir algo, algo interesante y nuevo, durante una de las últimas navidades vívidas,
antes y después de las guerras y los conflictos, y la continuidad de las
dictaduras, antes del ganar de lo bueno y lo humano y la unión y la paz, a
pesar de la permanencia de algunos conflictos y los grandes cambios climáticos…
… Descubrí
que lo que más me gustaba de las épocas aquellas en las que las navidades aún
se celebraban, era viajar con la nave Libertad, cruzar el Atlántico, ese mar
tan viejo y profundo, y llegar hasta una casa mía, una de las muchas que tenía,
y que era muy especial, porque era mi primera casa, el lugar donde yo había
nacido, hace ya mucho tiempo. Y allí mismo me esperaba mi familia, mis madres, mi
padre, y mis hermanos y mis hermanas, y mis primas y mis primos, y sobrinas, y
nietas…”
“¡Ohhh!”
Las
niñas sabían que la abuela tenía muchas nietas.
“Y ese
era mi espíritu navideño, esperar a que llegara el tiempo para esos días,
finales del año, para celebrarlo en familia, mi padre llegaba, me buscaba en el
aeropuerto, y juntos rememorábamos y hablamos, y después mis hermanas y yo desayunábamos
en el bar del barrio chocolate con churros y nos pasábamos los demás días en pijama
viendo películas y comiendo castañas asadas hasta que llegaba un sábado, día
especial en el que nos reuníamos en la casa de mis madres para abrazarnos,
sentarnos a la mesa, y vernos las caras y rememorar. ¿Veis? Para rememorar
nuestras vidas y nuestros sucesos y reírnos un poco y disfrutar de la vida y
agradecer porque vivimos.”
La vida
de ella no había sido fácil. Había perdido a familiares en el camino, había
migrado, pero ella se sentía agradecida. Tenía a sus casas y a su familia y
ciudad de nacimiento en España, a su familia y raíces en Guinea Ecuatorial, y a
su trabajo y carrera y compañeras en Estados Unidos.
“Así es
el espíritu navideño, un sentido de unión, amor, familia, apoyo, energía,“ concluyó
la abuela suspirando con nostalgia.
“Y os
digo, jovencitas,” continuó, “esto que os cuento sobre el espíritu navideño
representa mi propio significado, lo que significa para mí según mis
experiencias vividas. Preguntad a otras abuelas, y otras gentes. Te dirán algo diferente,
o no. Cada persona entiende estas palabras y las expresan de forma diferente.”
Las
niñas entendían, pero se habían quedado pensando en el chocolate caliente y las
castañas asadas, y sobre lo que la abuela decía sobre su padre, su familia, y se
acordaban de algunos nombres, los de los progenitores de su abuela, y los
nombres de sus hermanas, y empezaron a preguntar:
“¿Dónde
podemos encontrar chocolate ahora?”
“¿Y
castañas?”
Las
niñas querían saber más, y comenzaron también a nombrar los nombres de las
hermanas:
“Afang,
Divina, Erika, Perla…”
La
abuela sonreía.
“Cuéntanos
más,” pidieron las niñas.
“Si,
claro…. Más historias mañana. Os puedo contar sobre el chocolate y las
castañas, y podemos invitar a cenar a mis hermanas para que ellas también nos
cuenten, pero eso ya mañana, que es la hora de irnos a dormir.”
Carolina Nvé Díaz San Francisco
Boston
Vibrante y aleccionador, tu forma de actuar, de proponer y de escribir, Keren.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte.
Agradezco enormemente tu intervención, Enrique. Saludos y abrazos fuertes!!!!
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