Relato: Madre rebelde

 ¡Hola, mis seguidores, lectores habituales y nuevos lectores!


Ya tenía ganas de dejar otro relato, ya que me moría de ganas de entregar uno para ésta semana y reflexionar todas sobre algún tema en particular. Poco a poco iré retomando la normalidad, pero os aviso que me tomaré un descansito este agosto, aunque todavía no sé cuando. Tranquilas/os que os avisaré. De momento, os dejo con este relato. 


¡ALLÁ VOY!



 

Tras la puerta se encontraban todos mis miedos y me disponía a cruzarla.

Con un bebé en un brazo y con una maleta en la otra, comencé mi vida en un pueblecito, lejos de la ajetreada ciudad. Los principios son duros, eso lo sabía, siempre recordaba a mi abuela y a mis progenitores como me hacían sonreír ante una situación difícil cada vez que cambiada de escuela, debido a los constantes cambios de ciudad, por sus trabajos.

«Si te sientes insegura, sonríe. La mejor opción siempre será una sonrisa», recordaba.

Aquello me había ayudado a soportar muchos incidentes debido a mi introversión juvenil. Nunca tuve amigas de verdad. A decir verdad, nunca comprendí, al llegar a los dieciséis, porqué tenía que sonreír si lo que quería era soltar un taco, vestir cómo quisiera o llorar, llorar mucho. A esa edad te vuelves contra el mundo y sentía tanta rabia contra mi familia, que todo me daba igual. Me revelé.

Aunque mis padres fueran médicos, nada les persuadió de una muerte temprana en extrañas circunstancias, donde quedé huérfana y a cargo de una abuela cascarrabias, sumamente autoritaria y protectora. No asumí la muerte de ellos por mucho rencor que les tuviera,  hasta que conocí a Aaron y mi mundo cobró vida. Un chico temerario, misterioso y nada bien visto en la comunidad. Lamentablemente un incidente entre algunos miembros de la comunidad, sobre quién dijo qué o cómo, lo arrancó de mi vida augurando lo peor en boca de mi abuela. Embarazada a los tres meses de su fallecimiento, motivo por el cual fui echada de casa de mi abuela y rechazada de la de mis tíos. Ni todo el dinero del mundo me hicieron renunciar al bebé que llevaba en mis entrañas. Me daba igual, estaba acostumbrada a estar sola y había reunido el suficiente dinero tras el fallecimiento de mis padres, ya que éramos una familia adinerada, hecho que hizo que pudiéramos llamar hogar, al lugar al que íbamos. Pero a veces, la familiaridad o la genética, están predispuestas a que ocurran cosas, como por ejemplo, a mostrarnos lo equivocados que estamos.

Flor, fue la envidia de nuestro vecindario, tenía muchos amigos y sacaba muy buenas notas. Digo esto con orgullo ahora, porque hubo un tiempo en el que nos miraban mal y ella llegaba a casa del colegio hecha un mar de lágrimas, debido a que alguien le había dicho esto o lo otro. Todos los días llegaba con una nueva historia, que me hacía encogerse el corazón, y cómo madre, me llenaba de rabia e impotencia. En un primer momento, quise decirle lo mismo que me decían a mí, «Sonríe hija, no hay nada que les pueda dar más rabia», pensaba para mis adentros, luego recordaba mi osadía y recelo hacia el mundo con el que me relacionaba y buscaba la manera de que ella no viviera basándose en el rencor y el odio, pues había cosas bonitas en el mundo, que embellecían la vida, aunque yo no quisiera verlo a su edad y me perdí. Así que la dejaba que llorara todo lo que quisiera en mi regazo y luego le echaba el mismo sermón todos los días “¿Has acabado de llorar? Está bien. Esto te va a doler. Pero la vida es dura, muy dura y no siempre les caeremos bien a todo el mundo. Yo siempre estaré orgullosa de ti. Siempre estaré para ti. Pero si yo no estoy, vas a tener que pelear fuerte, porque llegará un día en el que no esté aquí para defenderte”, le decía.  

Era consciente que eran palabras demasiado duras para la edad que tenía. «Demasiada responsabilidad», pensé con el tiempo. Sin embargo, tuve la suerte de que Flor asentía y hacía todo lo que le decía. Era una niña muy buena.

Con la adolescencia, no tan diferente a otras épocas de su vida, su cuerpo era más corpulento y las niñas eran crueles con ella, pero había chicos que la defendían. Había en ello un halo de celos y envidia que Flor no veía ni se daba cuenta del potencial que tenía. Era resolutiva inteligente, cariñosa, reflexiva y hermosa. Aunque me diréis, ¿qué va a decir una madre de su hija?. Me fijaba en cómo le miraban los chicos. Una madre se da cuenta de esas cosas, pero también se llena de miedos y preocupación. 

Con todo esto, me tocaba hacer de figura autoritaria con la temible charla sobre el sexo, cada fin de curso o cuando llegó a esa edad en la que quieren salir a bailar y ponerse falda. Aunque, en el instituto, ya daban charlas al respecto, la buena confianza hizo que pudiéramos hablar de cualquier cosa, no obstante, como todas las adolescentes, iba a lo suyo. Parecía un loro, repitiendo una y otra vez la misma retahíla de porqué debía cuidarse. Si sois padres, me comprenderéis a la perfección. A lo que ella me contestaba.

     -Lo sé mama, me lo sé de memoria.- decía con pesadumbre y una mueca. 

Me entraba la risa, pero no podía reírme o no me tomaría en serio.


***

 Fue esa primavera en la que Flor ya tenía casi veinte años en la que el tiempo o la casualidad me hizo conocer a Roberto, en un viaje a Portugal. Un hombre algo taciturno, debido a la guerra, en cambio, con las ideas muy claras, no dudó en hacerme saber sus intenciones. Yo no sabía cómo se lo iba a tomar mi hija, por eso iba con pies de plomo.

La conversación llegó cuando cenando con Flor me lo soltó.

—¿Mama volverás a quedar con Roberto?

Vi mi oportunidad y le pregunté…

—A ti… ¿Qué te parece Roberto?

—Yo que sé... Lo único que sé es que si es capaz de hacer que te brillen los ojos… con eso yo ya soy feliz. Porque veo que estás más animada y llena de vida.

Esa noche iniciamos nuestro ritual previo al verano, que consistía en noches de chicas en una Portugal en la que nadie nos miraba con extrañeza. En nuestra casa por fin se respiraba un buen ambiente. Las chicas ya no se metían con ella, pero Flor ya tenía sus amigas en otra región, que eran cómo ella. había comenzado una relación con un chico en España y parecía que a las dos nos iba bien. El aire rezumaba a felicidad. No era de extrañar que de vez en cuando me preguntara por esa idea que le formulé en su momento sobre irnos a vivir allí. Me extrañó pero no le di importancia  a cada que vez tuviera más ganas de volver y asentarse allí.  

 

***

Tiempo después  Roberto me hizo saber que quería pasar al siguiente nivel. Yo me lo tomaba con mucha calma. Aunque no podía negar mis sentimientos. Al año siguiente, nos organizamos para la convivencia, no sin antes consultarlo todo con mi hija.

Los primeros meses fueron duros, pero conforme pasaban íbamos ganando confianza, aunque al cumplir los veintidós años, Roberto le prohibió a Flor salir tan tarde de fiesta con sus amigas. La chiquilla se escapó. No era propio de ella. Afortunadamente, todo quedó en un susto. Llegó llorando y lo días posteriores también se los pasó apenada. Al parecer, su novio de toda la vida en España, la había dejado por otra y me culpé por no haberlo proveído. Más aún por habérmelo ocultado.

Como una prueba del pasado, mi hija quedó embarazada, en cambio, no la recriminé nada. Lo pasamos mal Roberto y yo al oírla encerrada en su habitación llorando cada noche, pero sobre todo Roberto, que la había tomado como si fuera su propia hija y lo vivía todo muy intensamente, pero para sus adentros. Lo notaba solo con mirarle. Todo el esfuerzo empleado en que no pasara por lo mismo que pasé yo, fue en vano, por otro lado, creí conveniente que supiera, o más bien sintiera, que la familia estaba para lo bueno, pero sobre todo para lo malo. 

Fue en esos momentos que comprendí a mis padres y a mi abuela. Comprendí lo que llegaron a sufrir por mi. Sin embargo, hoy puedo decir que no les recrimino cómo me educaron, ya que ellas habrían pasado su calvario a su manera por el miedo.   

Uno no sabe qué es ser padre o madre hasta que lo vive en sus propias carnes, y más aun si cabe, cuando tu hija es mestiza.

FIN. 




No podemos negar que aunque no tiene que ser la norma, cuando una madre queda embarazada joven, las hijes quedan avocadas a sufrir el mismo camino que en su día tuvo la progenitora. 

Llama la atención de las madres cuando se deciden a no hacer lo mismo que les hicieron a ellas o por el contrario, siguen los mismos patrones que les habían inculcado de jóvenes. Más por el sufrimiento y el pensamiento de creer que si se es dura aprenderá y no padecerá ninguna carencia. Digamos que las madres nos quieren curtir. Cada hijo/a lo asumirá de una manera o de otra, lo que está claro es que ser madre blanca, de un hijo mestizo, supone darse cuenta de los inconvenientes que tiene la sociedad a lo diferente, en este caso, nos vemos en un pueblecito, donde todos se conocen y la toman con Flor. Todos sabemos cómo son el pueblos cuando no se sabe cómo se es la persona teniendo en cuenta si es un pueblo grande o pequeño. El tiempo curte a las personas o las daña aun más. 

Encontramos que ser madre nos demuestra que todas las dificultades que nosotras/os cómo hijes hemos vivido, no son fáciles de llevar a cabo; menos cuando se vale de una única figura que cumple dos roles. 

Gracias a este relato, espero, poder hacer entender, las dificultades de ser padres o madres, y de ser madre de una niña racializade. 

Por el contrario, me gustaría haceros reflexionar, sobre el poder hacer aquello con nuestres hijes, que nuestros padres o tutores no hicieron con nosotres, es una manera de afianzar la confianza, el buen trato y la buena relación. Además, la respuesta, aunque sea desde la autoridad se agradece. Hay cosas que no se entienden a ciertas edades, pero todos coincidimos en que se puede ser amorosa y autoritaria al mismo tiempo porque un hijo al que no se le exige un mínimo, no valorará lo suficiente su camino. 

Puede que NO estés en desacuerdo, pero... ¿Qué opinas tú?


Si te perdiste el anterior relato reflexivo, te lo dejo AQUÍ

EL RINCÓN DE KEREN 

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8 comentarios

  1. Todos nacemos con el disco duro en blanco. Multitud de variantes —muchas de ellas escapan a nuestro control— determinarán quiénes seremos en la edad adulta. Una vez el disco duro está lleno y el carácter formado, poco más se puede hacer. Pero hay una cosa que sí podemos controlar desde el minuto uno e inculcarlo: educación y respeto. Esas dos palabras tan y tan jodidas desde siempre. Si esas dos cosas fallan, tenemos gente de mierda conformando una sociedad de mierda donde priman los malos tratos, la burla, la homofobia, la xenofobia, el maltrato animal, humano, escolar, deshonestidad y un largo etcétera que sería capaz de convertir en enciclopédico. Tenemos, desde siempre, un gran trabajo por delante a todos los niveles, que creo, el ser humano no va a ser capaz de llevar a cabo.

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    1. Hola, Creo llevas razón, la buena educación debe estar ahí. Los buenos valores también. Pero siempre tendemos a copiar lo malo antes que lo bueno, o al menos, eso es lo que veo en los jóvenes. No creo que sea una cosa general, pero si que es verdad que a veces, me sorprende algunas cosas de las que hablas. En mi opinión, todos podemos cambiar tengamos la edad que tengamos. Otra cosa, es que no se quiera. Gracias por pasar por mi blog. Fuerte abrazo y feliz viernes.

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  2. Un gran relato Keren, y lleno de verdad. La descendencia está condenada si los patrones no se observan, se comunican y se atienden. La comunicación es clave y hay que abrirle las puertas, libres de miedo, para que cada nueva juventud llegue informada a enfrentarse a la vida. Talvez haya una mayoría que no ha cambiado la forma de ver las cosas, pero ya habrá alguien que esté marcando la diferencia. La crianza conservadora de las generaciones anteriores no tiene porqué impedir ese despertar necesario, a tomar conciencia y mejores decisiones para llegar una adultez plena. En mi caso soy soltero y sin descendientes, y no "porque sí". Lo que he aprendido me ha ayudado a ver alrededor y hacia el futuro. Lo primero que debo hacer es trabajar en mí. Debe haber algo qué aportar a una generación.

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    1. Hola, Víctor! En parte tienes razón, en lo que yo veo que podríamos sacar provecho es que no tiene porqué ser el mismo patrón que el de nuestros padres nuestra vida, pues podemos quererles mucho, y aún así, querer hacer aquello que ellos no nos han permitido, enseñado o incluso hacerlo con nuestros hijos. A veces, aunque suene contradictorio, los hijos no quieren parecerse a sus padres y es ahí donde destacan, haciendo aquello que no les conecta con ellos. (Aunque en la mayoría de los casos, más bien descubren que son muy parecidos a sus progenitores pero simplemente, hacen las cosas diferentes a como se lo han inculcado y creo que eso es de admirar). Yo soy soltera, por situaciones de la vida. Estoy disfrutando más de la soledad, pero lo bueno de esto es que uno aprende a conocerse y a saber qué quiere para uno mismo. No estoy muy convencida con este relato de cómo ha quedado, pero si te gusta, con eso me quedo. Feliz Domingo, compañero.

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  3. Creo que la falta de educación conlleva la falta de valores y la falta de estos arrastra múltiples problemas sociales. Sin una buena educación, no sólo de conceptos sino también emocional, el ser humano carece de herramientas para relacionarse socialmente de forma correcta. Para respetar, comprender empatizar, hablar de igualdad, justicia, equidad, se requiere tener una cátedra de valores y estos no nacen con el nacimiento sino que se adquieren durante la vida. A veces, en casa no se adquiere la educación emocional, por múltiples motivos, por ello es necesario que exista educación emocional en el colegio. Que nos enseñen a ver a todos iguales, a respetar, a compartir, a ser solidarios...en definitiva a hacernos crecer como personas completas que necesitan relacionarse socialmente y hacerlo de una forma adecuada.

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    1. ¡Hola, Mayte! ¿Cómo estás? Espero que bien. Es muy bueno, lo que comentas, porque en casa nos empapamos de lo que vemos, con lo que socializamos para luego mostrar al mundo, y exactamente, en casa no todos los conceptos emocionales se adquieren, será bueno, para las instituciones, la modalidad de educación emocional, debido a que, se nos enseña más a competir, a ser los mejor, a ser empleado y puede que menos a empatizar, ser solidario o tolerante. Todo suma, en realidad, ya los vamos viendo en las redes sociales, cartelitos de los cuales, muchos se quejan que que hay habilidades que no se nos enseña. El otro día, en uno de mis pensamientos hacia mi misma, pensaba que esa época que llamamos parbulos, o incluso si se quiere dejar a los niños antes en la guardería, se les podría enseñar en esa etapa que se comienzan a relacionar con el mundo, precisamente esos valores pues, resulta que nos pasamos gran parte de nuestra vida trabajando, y en lugares cómo Barcelona o Madrid, a veces, ni llegamos a disfrutar de ese momento de socialización, no solo por el elevao nivel de vida, sino por la edad de jubilación. A ver , yo pensaba que quizás habría que escolarizar antes a los niños para adquirir esos valores y comenzar los estudios competentes para el trabajo con una base que no sea primada por la competición, que al fin y al cabo, nos enseñan a tener envidia, a no valorar lo que tenemos (Y más lo de los demás), ganaríamos en confianza, y esas emocionalidades las llevaríamos mucho mejor, porque las cogerían a tiempo, inclusive, si en la familia hay problemas del tipo que sea. Ya que, los niños por muy esponjas que sean, también se empapan de lo malo. Gracias por pasarte por mi blog asiduamente, compañera. Ando un poco cansada, pero ya he recuperado horas de sueño, prueba de ello es esta contestación un poco más extensa, FUERZA CON TODO AMIGA, Feliz miércoles.

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  4. Hola amiga mía, cada ser humano tiene su propia realidad, y hoy en día es importante la comunicación, pero lo que si te digo que la educación es de suma importancia para que los hijos tengan un baúl de valores en reserva, ya será decisión de ellos si lo practican o no. Siempre les he dicho eso a mis hijos, voy a darte mi opinión personal, no obstante tú eres dueño de tus acciones y solo tú culpable de tus fracasos, aunque yo los llamo aprendizaje, ya a mis 55 años. Jajaja. Saludos cordiales desde Puerto La Cruz Anzoátegui Venezuela. Mis 2 hijos todavía no se casan. 28 y 33 🤣

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    1. Hola, compañera!! Estoy de acuerdo en la libre elección de cada ser de hacer y deshacer. De hecho, a veces, se nos escapa se hecho. Los jóvenes debemos tomar ejemplo de lo que un día vivieron nuestros padres y abuelos, para el buen aprendizaje. Sin educación es muy posible que nos convirtamos en seres autodestructivos y ya no hablo de lo que podamos hacerles a los demás. Pero bueno!! Mientras tus hijos sean felices, qué más da si se casan o no. La verdad que en esto de las relaciones, cada vez está peor, al menos aquí, en España. ABRAZOTES A PUERTO DE LA CRUZ, QUÉ BELLO TIENE QUE SER VENEZUELA... Feliz fin de semana!! Gracias por pasar por el blog, amiga.

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